La industria farmacéutica hace su agosto con la inestimable colaboración de la clase médica. Lo que siempre fueron características distintivas del carácter y personalidad del individuo, hoy se etiquetan como patologías merecedoras de tratamiento farmacológico.
Si en nuestra infancia éramos niños inquietos, trastos, movidos, malos, hechos de rabos de lagartija… hoy cualquier psicólogo nos hubiera diagnosticado TDAH (trastorno de déficit de atención e hiperactividad). La industria farmacológica ha preparado una solución química (a base de anfetaminas) en contraposición a aquel tratamiento natural basado en zapatilla materna aplicada repetidamente sobre los infantiles glúteos hasta que adquirían un tono rojo carmesí.
Recientemente un psiquiatra (de la escuela cínica, supongo) me argumentaba que su función es la de proporcionar felicidad, y a eso se limitan: Felices los padres liberados de la sensación de fracaso en lo relativo a la educación de sus hijos (no lo hemos hecho mal, es que está enfermo). Felices los maestros, pues ese niño, impermeable a la disciplina y disruptor de la dinámica escolar, está mucho más tranquilo desde que lo medican. Feliz el niño porque ha encontrado la excusa perfecta para su comportamiento caprichoso y descontrolado. Feliz el psicólogo que ve cómo crece su cartera (de clientes y de la otra) con las visitas de seguimiento periódico. Felices por último las multinacionales farmacéuticas que ven cómo sus cuentas de resultados crecen y crecen. El único que no está feliz es el sistema público de salud que financia medicamentos nuevos, caros y de dudosa eficacia.
Otra ‘patología’ que me hace mucha gracia es el Trastorno Oposicionista Desafiante, es decir: Ese niño que con doce o trece años mantiene unas actitudes y comportamientos que sacarían de quicio al mismísimo Santo Job. Antes a eso lo llamaban adolescencia, y todos los niños normales lo sufríamos sin necesidad de medicación, en este caso si (por la edad) el tratamiento materno no funcionaba, el padre sacaba el cinto, con lo que se implicaban ambos progenitores en el proceso educativo del retoño y curaban el trastorno de manera radical. Con esto no quiero que se me interprete como que defiendo la violencia contra los niños como ‘terapia’, me limito a describir lo que la mayoría de niños de los años '60 vivimos como normalidad. Felizmente estos métodos hoy están en desuso e incluso penalizados por la legislación vigente, a la vez que han surgido terapias individuales y familiares que hacen posible la resolución de conflictos sin recurrir a la violencia ni a la medicación.
Después de escribir esto, me llega la noticia de que León Eisemberg, quien describió el TDAH para que se incluyera en 1968 en el catálogo de enfermedades mentales (DSM), siete meses antes de morir declaró que éste es un ejemplo de enfermedad ficticia. Algo así ocurre con Richard Gardner, inventor del Síndrome de Alienación Parental, desorden psicológico por el que, después de un ‘lavado de cerebro’ realizado por uno de los progenitores, el niño rechaza al otro (generalmente al padre). Esta teoría no ha sido reconocida por la comunidad científica, en cambio a Gardner sí se le ha reconocido… como maltratador y pedófilo.
Jon Espilla | Lunes, 08 de Julio de 2013 a las 15:59:02 horas
como siempre, sutil y certero en sus artículos. un abrazo!!!
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