José Antonio Campillo Gayo José Antonio Campillo Gayo
Lunes, 18 de Marzo de 2024
Creación literaria

La compañía de la encina

Por José Antonio Campillo Gayo

En el recuerdo perdura tu esbelta y legendaria
figura, rocosa y pétrea madera que llevas en tu bandera,
exponente genuino de ejemplares extinguidos, 
encina plantada a mano, en un lozano altozano,
inveterada y vetusta, intemporal e inmortal,
reclamo de seres y aves al amparo de tu sombra,
entre dorados trigales y el madurar del agraz. 
 
Al alba, presente la aurora, esa faz se ve alterada,  
con claros amaneceres que despejan horizontes,
sobre cielos azulados y luna ausente en creciente.
 
Tus ramas se alzan frondosas entre soles y ventiscas,
a gala llevas en mente el color de tu estandarte, 
verde pálido en la noche, de verde claro en el día,
compañera de por vida, entre zarzales y espigas.
 
Vigoroso tronco añoso, ávido del tiempo hermoso, 
extraviado en invierno, hospitalario de siempre.
 
La contemplación del campo es uno de los encantos,
dando al grajo el agasajo y al erizo buen cobijo;
el ruiseñor se consagra, como tenor en tus brazos
entre melodías y abrazos; la entrometida picaza,
con su cola de estratega y su pico inquisitorio,
presente en escaramuzas, arranca con un polluelo 
en vuelo recaudatorio, con oficio y poco duelo; 
la locuela mariposa apenas come y reposa,  
vuela sin rumbo fijo entre cardos y amapolas, 
y con sus alas al viento semeja una gran cometa.
 
Coexisten a tus pies, gusanos de todo a cien:
hormigas que se dispersan, buscando grano ‘pal’ año;
el caracol taciturno fija su mirada al sol,
deslizándose en mojado hasta degustar una flor;
la oruga nunca se arruga, tratando de no ser vista
y conseguir un bocado, ya sea blando o fermentado;
la araña estratega y altanera, teje a destajo su tela,
macabra urdimbre- oh prodigio- donde quedan adheridas
sus víctimas libertinas, hambrientas y soñolientas;
la chicharra desvaría con su música estridente,
se desfoga irritante, inquietando a mucha gente
que ignoran sus pesares, bien por dicha o por desdicha;
el grillo viste de negro y, alegra siempre la fiesta 
cuando la luna está llena y las ranas no se acuestan;   
los saltamontes vagan al paso, usando de cerca el salto,
extendiendo sus largas alas, para distancias remotas. 
 
El almendro se lamenta de mala y parca memoria,
llorando sus extravíos sin consuelo y sin remedio.
Entrada la noche, el búho, la lechuza y toda su parentela,
celebran las sombras y menudean en esa calma aparente,
sembrando miedo y desorden en todos los roedores.
 
José Antonio Campillo Gayo
Desde Grajal de Campos (León)  
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