En el recuerdo perdura tu esbelta y legendaria
figura, rocosa y pétrea madera que llevas en tu bandera,
exponente genuino de ejemplares extinguidos,
encina plantada a mano, en un lozano altozano,
inveterada y vetusta, intemporal e inmortal,
reclamo de seres y aves al amparo de tu sombra,
entre dorados trigales y el madurar del agraz.
Al alba, presente la aurora, esa faz se ve alterada,
con claros amaneceres que despejan horizontes,
sobre cielos azulados y luna ausente en creciente.
Tus ramas se alzan frondosas entre soles y ventiscas,
a gala llevas en mente el color de tu estandarte,
verde pálido en la noche, de verde claro en el día,
compañera de por vida, entre zarzales y espigas.
Vigoroso tronco añoso, ávido del tiempo hermoso,
extraviado en invierno, hospitalario de siempre.
La contemplación del campo es uno de los encantos,
dando al grajo el agasajo y al erizo buen cobijo;
el ruiseñor se consagra, como tenor en tus brazos
entre melodías y abrazos; la entrometida picaza,
con su cola de estratega y su pico inquisitorio,
presente en escaramuzas, arranca con un polluelo
en vuelo recaudatorio, con oficio y poco duelo;
la locuela mariposa apenas come y reposa,
vuela sin rumbo fijo entre cardos y amapolas,
y con sus alas al viento semeja una gran cometa.
Coexisten a tus pies, gusanos de todo a cien:
hormigas que se dispersan, buscando grano ‘pal’ año;
el caracol taciturno fija su mirada al sol,
deslizándose en mojado hasta degustar una flor;
la oruga nunca se arruga, tratando de no ser vista
y conseguir un bocado, ya sea blando o fermentado;
la araña estratega y altanera, teje a destajo su tela,
macabra urdimbre- oh prodigio- donde quedan adheridas
sus víctimas libertinas, hambrientas y soñolientas;
la chicharra desvaría con su música estridente,
se desfoga irritante, inquietando a mucha gente
que ignoran sus pesares, bien por dicha o por desdicha;
el grillo viste de negro y, alegra siempre la fiesta
cuando la luna está llena y las ranas no se acuestan;
los saltamontes vagan al paso, usando de cerca el salto,
extendiendo sus largas alas, para distancias remotas.
El almendro se lamenta de mala y parca memoria,
llorando sus extravíos sin consuelo y sin remedio.
Entrada la noche, el búho, la lechuza y toda su parentela,
celebran las sombras y menudean en esa calma aparente,
sembrando miedo y desorden en todos los roedores.
José Antonio Campillo Gayo
Desde Grajal de Campos (León)
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