Néstor Hernández Alonso Néstor Hernández Alonso
Miércoles, 07 de Agosto de 2013
Etnografía

Fieles a la cita

El día 10 de agosto, fieles a la cita, en Calzada, de nuevo desafiarán al aire los pendones. Sus colores, rojo, verde, morado, amarillo, se mezclarán en el vuelo de sus telas y arrastrarán los ojos de los espectadores a épocas pasadas, conocidas por testimonios y documentos.
Durante la Edad Media y Renacimiento, periodos de continuas guerras, cruzadas, órdenes militares, este tipo de símbolos, junto a otros, identificaban a pueblos y ejércitos, dispuestos para la lucha. Los concejos, organismos influyentes, poseedores de armamento y tropa, se apropiaron de esta simbología y adoptaron su pendón, que a la vez que los distinguía, los agrupaba tras de su silueta. El pendón encabezaba desfiles, fiestas patronales, locales y provinciales, gozando su portador de gran estima entre sus convecinos. Por tanto, su origen es civil, no religioso, aunque acabaran guardándose en iglesias y no en ayuntamientos, por razones de espacio o porque los sacerdotes trataron de apoderarse de su influencia en la población.
Durante los últimos siglos, los pendones apenas conocieron otra cosa que la polilla y el olvido. Había pasado su hora y era imprescindible retirarse. Sin embargo, su imagen, tan cercana, incitó a algunos forofos de las tradiciones a recuperarlos, cosa que hicieron, poco a poco, hasta convertirse hoy en uno de los espectáculos más concurridos. En Calzada, esa función de rescate se la debemos a Orencio, un hombre incansable, capaz de restablecer la fiesta o tradición más antigua.
Arrastrados por ese viento saludable, muchos pueblos se han subido al tren, recuperando sus pendones o incluso confeccionándolos nuevamente, guiados por comentarios y fotografías. Ellos han conseguido unir a las poblaciones en la fiesta y en la amistad, acercando los pueblos y permitiendo su conocimiento; poner en circulación un símbolo perdido para la mayoría, que estorbaba más que otra cosa; sacar a los pobladores de sus pueblos, llevándolos a otros, a veces lejanos;  e introducir amor a lo distintivo, a lo particular, procurando transmitirlo a sus hijos.
Confío en contemplarlos nuevamente, en perfecta línea, como las mesnadas medievales, bajo el cielo azul de Calzada, sobre el puente de la autovía, y disfrutar con los malabarismos, las canciones, los aplausos de admiración… Desde la fila, como espectador privilegiado, apreciaré el esfuerzo de tantos pendoneros y sus ganas por salvar lo viejo, siempre en peligro de desaparición. Los pueblos y su gente saben agradecerlo. Enhorabuena.
  
  

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