Del Jueves, 16 de Octubre de 2025 al Viernes, 24 de Octubre de 2025
Vicente Martínez Encinas
Esta tierra nuestra…
Número cero / Agosto de 2007/ Vicente Martínez Encinas
Esta tierra nuestra fue historia derramada en cada piedra. Las piedras se levantaron y surgieron monumentos, que eran castillos, iglesias, palacios, ermitas, monasterios.
La llamaron Campos Góticos porque la estepa primigenia se convirtió en una meseta, que, a su vez, era una catedral con ojivas al horizonte y al cielo inabarcable. Se repobló con audacia y sangre. En ella habitaron reyes y reinas, condes y marquesas, que mezclaron su sangre con linajes moros. Y como la piedra escaseaba, emergieron iglesias y basílicas con ladrillo que importaban formas de Al Andalus. Los cenobios primitivos de San Pelayo de Grajal, de Vimara de Escobar, visigóticos de Sahagún… fueron engullidos por aquellos gigantescos monasterios benedictinos y franciscanos de Sahagún, agustinos de la Virgen del Puente y dominicos de Trianos.
La cultura reventó como una eclosión de tormenta tropical y esta tierra nuestra fue un arco iris de saber civilizado, una universidad de hombres ilustrados que recorrieron el mundo y de renacimiento económico surgido de la misma cultura. Pero, más tarde, apagamos esta hoguera y encendimos la pira de la destrucción.
Desterramos a los monjes, a los sabios, a los reyes y, unas veces el viento y otras nuestra incuria y nuestra torpeza demolió los monumentos. Apareció la ruina cultural, la sangría humana y, desde el siglo XIX, el hundimiento económico.
Esta tierra nuestra, más que tierra mal bautizada, se ha convertido en una tumba sumergida que pide la extremaunción.
Esta nuestra tierra fue un océano de verdes olas que mecía el viento. Un océano que alimentaba a media España de pan candeal, de vino vigorizante, de puerros afrodisíacos, de legumbres pardas, multiformes y nutritivas. Por el Cea, el Sequillo y el Araduey, los cangrejos verdes y autóctonos se enseñoreaban como colmenas que perturbaban las anguilas, los barbos y las percas. Pero nos uncimos eternamente al arado romano, a la rutina secular. Despreciamos la ganadería. Perdimos la imaginación y el progreso, enterramos la cultura y por nuestras llanuras, por nuestros ríos, dejó de correr el agua y el desarrollo que exigían los tiempos. Nos amarramos al terruño, como lapas a las rocas de l mar, mientras el mundo se transformaba en industria, en producción y en elevación obligatoria de derechos humanos y niveles superiores de vida. Dejamos morir lentamente nuestras viñas y mientras otros han levantado imperios con nuestras varietales, aquellas franjas frondosas de sarmientos y racimos son yermos estériles, donde ya no anidan tantas perdices, liebres y codornices que emigraron.
Los labradores y terratenientes se enfundaron en su egoísmo y se inició l larga y fúnebre marcha de jóvenes obreros, que eran la esperanza de una tierra, cuyas estructuras exigían transformación. Muchos de nuestros pueblos son esqueletos vivientes, sombras perdidas, en el deambular de la historia.
Esta tierra nuestra necesita con urgencia adquirir el sentido de su identidad, de aquello que en la Edad Media y Edad Moderna la situó en niveles, hoy en día, perdidos y lacerantemente olvidados. En primer lugar, ha de resurgir y propagarse la cultura con las nuevas técnicas que nos invaden y nos impulsan a conquistas aplicables a la transformación de nuestros productos agrarios, intensiva y multiplicadamente conseguidos. La cultura, la preparación intelectual y técnica es el método indiscutible del renacimiento económico y de la elevación humana. Este principio no admite discusión desde que los filósofos de la Ilustración lo formularon. Los pueblos con mayor cultura han estado siempre en la vanguardia del progreso y de la difícil felicidad humana.
Esta nuestra tierra debe conservar, proteger y divulgar la riqueza artística y monumental, que aún conservamos, para que las ruinas no campeen por muchos de sus derruidos muros. En el momento en que vivimos, una sabia y eficaz organización y un conocimiento especializado de nuestros tesoros artísticos generarán necesariamente una fuente prometedora y segura de ingresos y vitalidad económica. Para ello se requiere desbrozar caminos, reventar el aire con la propaganda y programar periplos e itinerarios, que enlacen arterialmente la historia y monumentos derramados o perdidos en estas llanuras pardas o amarillas.
Y, sobre todo, esta tierra nuestra necesita reactivar la imaginación, la memoria de su historia y la voluntad de sobrevivir, a pesar del abandono, la desidia y la desesperanza que hasta ahora nos ha invadido.
Tierra Camala / Número cero / Agosto de 2007/ Vicente Martínez Encinas / Este artículo del ya desaparecido profesor Vicente Martínez Encinas ha sido extraído de la revista Tierra Camala, editada por la asociación cultural Colectivo Tierra de Camala, con sede en Sahagún, desde agosto de 2007 a diciembre de 2010. Su distribución era gratuita y mensual.
Esta tierra nuestra fue historia derramada en cada piedra. Las piedras se levantaron y surgieron monumentos, que eran castillos, iglesias, palacios, ermitas, monasterios.
La llamaron Campos Góticos porque la estepa primigenia se convirtió en una meseta, que, a su vez, era una catedral con ojivas al horizonte y al cielo inabarcable. Se repobló con audacia y sangre. En ella habitaron reyes y reinas, condes y marquesas, que mezclaron su sangre con linajes moros. Y como la piedra escaseaba, emergieron iglesias y basílicas con ladrillo que importaban formas de Al Andalus. Los cenobios primitivos de San Pelayo de Grajal, de Vimara de Escobar, visigóticos de Sahagún… fueron engullidos por aquellos gigantescos monasterios benedictinos y franciscanos de Sahagún, agustinos de la Virgen del Puente y dominicos de Trianos.
La cultura reventó como una eclosión de tormenta tropical y esta tierra nuestra fue un arco iris de saber civilizado, una universidad de hombres ilustrados que recorrieron el mundo y de renacimiento económico surgido de la misma cultura. Pero, más tarde, apagamos esta hoguera y encendimos la pira de la destrucción.
Desterramos a los monjes, a los sabios, a los reyes y, unas veces el viento y otras nuestra incuria y nuestra torpeza demolió los monumentos. Apareció la ruina cultural, la sangría humana y, desde el siglo XIX, el hundimiento económico.
Esta tierra nuestra, más que tierra mal bautizada, se ha convertido en una tumba sumergida que pide la extremaunción.
Esta nuestra tierra fue un océano de verdes olas que mecía el viento. Un océano que alimentaba a media España de pan candeal, de vino vigorizante, de puerros afrodisíacos, de legumbres pardas, multiformes y nutritivas. Por el Cea, el Sequillo y el Araduey, los cangrejos verdes y autóctonos se enseñoreaban como colmenas que perturbaban las anguilas, los barbos y las percas. Pero nos uncimos eternamente al arado romano, a la rutina secular. Despreciamos la ganadería. Perdimos la imaginación y el progreso, enterramos la cultura y por nuestras llanuras, por nuestros ríos, dejó de correr el agua y el desarrollo que exigían los tiempos. Nos amarramos al terruño, como lapas a las rocas de l mar, mientras el mundo se transformaba en industria, en producción y en elevación obligatoria de derechos humanos y niveles superiores de vida. Dejamos morir lentamente nuestras viñas y mientras otros han levantado imperios con nuestras varietales, aquellas franjas frondosas de sarmientos y racimos son yermos estériles, donde ya no anidan tantas perdices, liebres y codornices que emigraron.
![[Img #29189]](https://sahagundigital.com/upload/images/02_2025/154_relojdelavilladesahagun.jpg)
Los labradores y terratenientes se enfundaron en su egoísmo y se inició l larga y fúnebre marcha de jóvenes obreros, que eran la esperanza de una tierra, cuyas estructuras exigían transformación. Muchos de nuestros pueblos son esqueletos vivientes, sombras perdidas, en el deambular de la historia.
Esta tierra nuestra necesita con urgencia adquirir el sentido de su identidad, de aquello que en la Edad Media y Edad Moderna la situó en niveles, hoy en día, perdidos y lacerantemente olvidados. En primer lugar, ha de resurgir y propagarse la cultura con las nuevas técnicas que nos invaden y nos impulsan a conquistas aplicables a la transformación de nuestros productos agrarios, intensiva y multiplicadamente conseguidos. La cultura, la preparación intelectual y técnica es el método indiscutible del renacimiento económico y de la elevación humana. Este principio no admite discusión desde que los filósofos de la Ilustración lo formularon. Los pueblos con mayor cultura han estado siempre en la vanguardia del progreso y de la difícil felicidad humana.
Esta nuestra tierra debe conservar, proteger y divulgar la riqueza artística y monumental, que aún conservamos, para que las ruinas no campeen por muchos de sus derruidos muros. En el momento en que vivimos, una sabia y eficaz organización y un conocimiento especializado de nuestros tesoros artísticos generarán necesariamente una fuente prometedora y segura de ingresos y vitalidad económica. Para ello se requiere desbrozar caminos, reventar el aire con la propaganda y programar periplos e itinerarios, que enlacen arterialmente la historia y monumentos derramados o perdidos en estas llanuras pardas o amarillas.
Y, sobre todo, esta tierra nuestra necesita reactivar la imaginación, la memoria de su historia y la voluntad de sobrevivir, a pesar del abandono, la desidia y la desesperanza que hasta ahora nos ha invadido.
Tierra Camala / Número cero / Agosto de 2007/ Vicente Martínez Encinas / Este artículo del ya desaparecido profesor Vicente Martínez Encinas ha sido extraído de la revista Tierra Camala, editada por la asociación cultural Colectivo Tierra de Camala, con sede en Sahagún, desde agosto de 2007 a diciembre de 2010. Su distribución era gratuita y mensual.







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