Javier Pérez Gil Javier Pérez Gil
Martes, 11 de Febrero de 2025

Sahagún y la memoria de su rey

Número uno / Septiembre de 2007 / Javier Pérez Gil

Pocos casos existen en Europa que reflejen una relación histórica tan estrecha, profunda y duradera entre una ciudad y su rey (menos aún si éste es un personaje histórico) como la que une a Sahagún con Alfonso VI.
 
Benefactor en vida, tras su muerte, el monarca se convirtió en argumento legitimador de los monjes benedictinos y, nueve siglos después, su figura sigue siendo invocada como signo de identidad y valor de desarrollo. 
 
 
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Aunque el monasterio de los Santos Facundo y Primitivo había gozado desde antiguo del favor de los reyes leoneses, fue con Alfonso VI (1065 – 1109) cuando el cenobio experimentó una serie de transformaciones que le convirtieron en el más influyente y poderoso de la España medieval. Reformado por monjes cluniacenses, Alfonso VI hizo de Sahagún un segundo Cluny en territorio hispano, utilizándolo como centro de experimentación, decisión y reforma de algunos de sus proyectos políticos y religiosos más trascendentales; entre ellos, el impulso de la reforma cluniacense, la imposición de la liturgia romana, la configuración de las rutas de peregrinación a Santiago o la introducción de un novedoso programa cultural importado de Europa.
 
Fue precisamente a partir de esta relación como se engendró el actual Sahagún, a través de los fueros concedidos por el rey en 1085 para que los monjes fundasen una villa en torno a su monasterio.
 
Los privilegios de Alfonso VI hacia el que consideraba su monasterio predilecto fueron continuos y tuvieron una última y sentida manifestación en su decisión de recibir sepultura en la iglesia abacial.
 
Así se hizo y, desde entonces, ni los monjes facundinos, primero, ni las Madres Benedictinas y vecinos, después, dejaron caer en el olvido sus lazos de vasallaje hacia el monarca. 
 
Afecto, prestigio, influencia política y nostalgia son algunos de los valores que han caracterizado desde entonces esta relación, consolidada por su constancia histórica como signo de identidad de los facundinos. Sólo así se entiende la extrañeza del cronista Ambrosio de Morales, enviado de Felipe II, cuando afirmaba que las honras de los monjes hacia el sepulcro del monarca rayaban la herejía: “otra cosa les vi hacer a los Monjes, que aunque tiene respecto de acatamiento, mas parece demasiado, y que excede. En unas Vísperas solemnes incensó el Preste el Altar mayor, y luego los Santo, y luego la tumba del Rey: porque aunque estando vivo se había de hacer así; después de muerto si no es obsequia, no se inciensa nadie, si no es Santo”.
 
No hubo manera entonces de reubicar los restos en el nuevo monasterio de El Escorial, como tampoco pudieron los eruditos leoneses que en 1920 propusieron su traslado desde el monasterio de las Madres Benedictinas, donde entonces reposaban, al Panteón de los Reyes de San Isidoro. Por aquel entonces la Madre Superiora alegó que no podía entregar “un tan preciado tesoro, confiando a su custodia y que seguiría custodiando de buen grado aún a costa de las mayores privaciones”. Finalmente, Alfonso XIII hubo de reconocer la voluntad del testador, seguro de que pocos escuderos tan valientes podría seguir teniendo el monarca mejores que las monjas de San Cruz, como aquella que, décadas más tarde, y con Luis Alonso Luengo como testigo, expulsó de la iglesia al presidente de la Diputación de León por haber osado pronunciar el nombre del Cid ante el sepulcro de ‘su Señor’.
 
Alfonso VI siempre reinará en Sahagún. Más allá de estas expresiones recurrentes de afecto, su acción sobre Sahagún y comarcas transformó para siempre la concepción del territorio y su desarrollo histórico, configurando un nuevo escenario al que hubieron de someterse las cabeceras comarcales históricas de Cea y Grajal. Nueve siglos después, su presencia puede reconocerse como una impronta indeleble que es preciso reconocer para sentar las bases de un futuro respetuoso con la Historia y asentado en sus beneficios. 
 

 

Tierra Camala / Número uno / Septiembre de 2007/ Javier Pérez Gil / Este artículo del profesor Javier Pérez Gil ha sido extraído de la revista Tierra Camala, editada por la asociación cultural Colectivo Tierra de Camala, con sede en Sahagún, desde agosto de 2007 a diciembre de 2010. Su distribución era gratuita y mensual.
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