Del Lunes, 06 de Octubre de 2025 al Viernes, 10 de Octubre de 2025
Apuntes sobre el paisaje
El paisaje de la comarca de Sahagún no es el típico protagonista de una postal al uso. No hay cascadas rugientes, barrancos vertiginosos ni cumbres nevadas. En su lugar, se extiende una llanura de ocres, verdes y dorados bajo un cielo inmenso y luminoso. Es un paisaje silencioso y austero, modelado por siglos de agricultura y actividad humana, testimonio de la relación entre el hombre y su entorno.
En tiempos antiguos, esta región fue un vergel con frondosos hayedos y vegetación exuberante, donde vivían animales magníficos como lo prueban los restos de mastodontes hallados en 1906 y 1930 en las huertas de Sahagún. Posteriormente, el clima se volvió más seco, favoreciendo una vegetación adaptada a la aridez. Con la desaparición de los hayedos, encinas y robles colonizaron el terreno, formando un monte bajo que luego fue explotado para carboneo, leña, caza y pastoreo.
Desde la época de los Vacceos, la roturación y la explotación agraria transformaron el paisaje, relegando los bosques a las zonas menos aptas para el cultivo. Sin embargo, la vegetación de ribera y las choperas continuaron marcando los cursos de agua. Aun así el geógrafo griego Estrabón dejó escrito que aunque este era "un país frío, áspero y pobre" el monte era abundante y la bellota muy valorada como alimento. No obstante los romanos, al conquistar estas tierras, vieron su potencial agropecuario e instalaron diversas villas por el territorio para su aprovechamiento; asimismo les dieron un nombre de resonancias apacibles y bucólicas: Las Tierras Pálidas, de donde deriva el término 'Payuelos', en alusión al tono gris parduzco y desvaído que el terreno presentaba durante el invierno.
Cuenta Jesús Torbado que en la Edad Media, en pleno apogeo del Monasterio de San Benito, se talaron los colosales robles que crecían en los montes arcaicos del Coto y el alto Cea, para la edificación y para abastecer la industria tonelera que había en la zona, de donde salieron los enormes tablones para la fabricación de la famosa 'Cuba de Sahagún', que tenía un tamaño tan portentoso que se consideraba la mayor de toda la cristiandad. También Torbado, con mirada lúcida y desmitificadora, en su relato 'Tierra mal bautizada', constata que las glorias de antaño contrastan dramáticamente con el presente, arruinado por la desgana de las administraciones públicas y denuncia el abandono, la despoblación y la desertización de estos dominios hasta el punto de decir, con dolor, que la Tierra de Campos en realidad debería llamarse 'Campos de Tierra'.
Desde una perspectiva geográfica, el paisaje es resultado de la interacción de factores naturales y humanos. Sahagún es un claro ejemplo de paisaje cultural: sus tierras han sido trabajadas durante siglos, los montes explotados y los campos de labor configurados en torno a pequeñas poblaciones conectadas por caminos. Sus campanarios, espadañas, silos y estructuras modernas destacan en el horizonte.
Hoy, el paisaje de estas campiñas leonesas ha cambiado notablemente, en hechuras y en colores. Ha habido reducción de barbechos y arranque de viñedos. La concentración parcelaria y la introducción del regadío han aumentado el tamaño de las parcelas, favoreciendo el cultivo intensivo de colza, forraje, frutales, maíz, remolacha y girasol. La eliminación de la vegetación natural en cañadas, regueras y linderos ha reducido la diversidad biológica y visual, aunque aún quedan las choperas de los ríos, que, cuenta la leyenda, son las lanzas reverdecidas de los soldados de Carlomagno cuando las clavaron en la ribera. La desaparición progresiva del rastrojo y la estabulación del ganado han hecho menos visibles los tradicionales rebaños de ovejas. Alrededor de los pueblos, la construcción de grandes naves ganaderas y de almacenamiento ha modificado sustancialmente el entorno. Todo ello ha generado un terreno más productivo, pero también más uniforme y despersonalizado.
Sin embargo, el paisaje no es solo territorio, sino también percepción y emoción. No es solo lo que se ve, sino cómo se mira. Es historia, memoria y cultura; el eco de generaciones que lo han habitado. Es la evocación de los campos labrados, de los trabajos, del retestero, del sonido del viento sobre la hierba, de los caminos que se pierden en la lejanía y de nidos de cigüeñas encaramados en lo alto. Es la niebla en los amaneceres invernales desparramada por valles y montes, incluso el calambrón; las tormentas de verano que retumban en el espacio, la seta escondida, el olor del tomillo, la encina solitaria, el palomar y el corral derruidos, la ladera con bocas de bodegas, el vuelo majestuoso del milano, el chillar de los vencejos y el corzo que se fuga. Es la luz dorada del atardecer y la silueta de Peñacorada y el Espigüete en la lejanía, en la frontera, marcando los límites de una región vasta y serena.
En un mundo donde la belleza suele asociarse con lo espectacular, el paisaje de la zona nos recuerda que existe otra forma de hermosura: la de lo sencillo y cotidiano, la de la amplitud sin estridencias, la de la tierra que sustenta la vida. La belleza de un paraje reside en la mirada de quien lo habita y lo comprende. Consiste en ver las cosas que hay detrás de las cosas. En última instancia, el paisaje no es solo lo que vemos, sino lo que sentimos al recorrerlo y contemplarlo.
![[Img #29347]](https://sahagundigital.com/upload/images/03_2025/5635_whatsapp-image-2025-02-19-at-124331.jpeg)
Piedad Luna | Sábado, 08 de Marzo de 2025 a las 01:42:48 horas
De acuerdo con Arturo, es un óleo del paisaje comarcal. Buena descripción.
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