Del Viernes, 22 de Agosto de 2025 al Martes, 23 de Septiembre de 2025
Alejandro de Bernardo
Viernes, 05 de Septiembre de 2025
Lo que se queda en el tintero
Vete tú a saber por qué, esta época nos hace vivir -o la vivimos porque queremos- de aquella manera en la que cada sonrisa, cada viaje, cada café con espuma y ese corazón perfectamente dibujado, acaban rellenando el escaparate infinito de las redes sociales.
La vida, para los de más de 'treintaytantos' se escribía en diarios cerrados, íntimos y muy muy personales. Hoy, la tortilla no sólo se ha dado la vuelta sino que hasta ha cambiado los ingredientes. Ahora la vida, la misma y única vida que tenemos, se expone como un álbum abierto a cualquiera. Y sin restricciones. Ni siquiera en esa parte -tan personal como vulnerable- que llamamos intimidad. Sin darnos cuenta, o dándonos, renunciamos a algo más que unas fotos: renunciamos a guardar nuestros tesoros etéreos –cada uno sabrá los que tiene-, a la espontaneidad, a la pequeña magia de vivir un momento solo para nosotros o para quien elijamos. El momento ya no es nuestro cuando lo filtramos para que guste. El ego o la vanidad tiran mucho. O simplemente, la búsqueda de un pequeño reconocimiento que sin duda todos merecemos aunque, caprichosamente, no a todos llega.
Sin embargo, hay una profunda belleza en no contarlo todo, en lo que se deja de contar, en lo que se queda en el tintero. En guardar algún secreto, en preservar un recuerdo como ese cofre que solo se abre ante las manos que elegimos. Ante las manos que amamos. Un beso bajo una farola que se acaba de encender en aquella calle estrecha de adoquines mojados, una noche de risas con amigos en la bodega, la puesta de sol y el velo del anochecer que nos arropa y reconforta la piel: todo esto… tiene un valor que las cámaras todavía son incapaces de reproducir. Por cientos de píxeles que tengan.
Las redes sociales pueden ser un lugar de encuentro, de creatividad, de inspiración; pero vale la pena recordar que la vida no necesita la aprobación de desconocidos. El otro día me encontré a 'Quiter' en la fiesta de un pueblo cercano. Es de esos amigos de verdad que están por encima del tiempo que pase, de las distancias que nos separen, de los cumplimientos… en el momento que te ve, cuando rara vez nos vemos… parece que todo ocurriera ayer. Y todo está intacto. La complicidad lo envuelve todo. Los afectos siguen íntegros. Y las confidencias piden paso como si llevaran esperando ese momento cien años. No hay imagen que se acerque ni de lejos a captar toda esa riqueza de sentimientos, confianza y emociones que compartimos. Publicado en fotos o incluso en vídeo, sólo sería un encuentro más entre dos personas que se aprecian. Raquítica la imagen que tampoco en esta ocasión vale más que mil palabras.
Lo que no se comparte es tan real —o incluso más— que lo que se publica y, a veces, más hermoso precisamente porque permanece intacto, sin filtros, sin comentarios, sin medidas. Hay filtros tan 'im-perfectos' que te devuelven a la adolescencia aunque hayas pasado con creces los cincuenta. Y se siguen utilizando.
También fui a la playa, comí delicioso ¡Ayyy el bacalao de Valderas!, viví momentos hermosos y hasta me desternillé de risa. Pero me lo guardé para mí y mis amigos más próximos, y eso lo hizo más mío. Quizás la libertad hoy sea decidir qué partes de ti quedan fuera de la balconada. Porque hay amores, amistades y momentos que se fortalecen e intensifican cuando solo viven en el recuerdo de quienes los vivieron. Y ese recuerdo, como un jardín secreto, florece mejor lejos del ruido. ¿No le parece?
Vete tú a saber por qué, esta época nos hace vivir -o la vivimos porque queremos- de aquella manera en la que cada sonrisa, cada viaje, cada café con espuma y ese corazón perfectamente dibujado, acaban rellenando el escaparate infinito de las redes sociales.
La vida, para los de más de 'treintaytantos' se escribía en diarios cerrados, íntimos y muy muy personales. Hoy, la tortilla no sólo se ha dado la vuelta sino que hasta ha cambiado los ingredientes. Ahora la vida, la misma y única vida que tenemos, se expone como un álbum abierto a cualquiera. Y sin restricciones. Ni siquiera en esa parte -tan personal como vulnerable- que llamamos intimidad. Sin darnos cuenta, o dándonos, renunciamos a algo más que unas fotos: renunciamos a guardar nuestros tesoros etéreos –cada uno sabrá los que tiene-, a la espontaneidad, a la pequeña magia de vivir un momento solo para nosotros o para quien elijamos. El momento ya no es nuestro cuando lo filtramos para que guste. El ego o la vanidad tiran mucho. O simplemente, la búsqueda de un pequeño reconocimiento que sin duda todos merecemos aunque, caprichosamente, no a todos llega.
Sin embargo, hay una profunda belleza en no contarlo todo, en lo que se deja de contar, en lo que se queda en el tintero. En guardar algún secreto, en preservar un recuerdo como ese cofre que solo se abre ante las manos que elegimos. Ante las manos que amamos. Un beso bajo una farola que se acaba de encender en aquella calle estrecha de adoquines mojados, una noche de risas con amigos en la bodega, la puesta de sol y el velo del anochecer que nos arropa y reconforta la piel: todo esto… tiene un valor que las cámaras todavía son incapaces de reproducir. Por cientos de píxeles que tengan.
Las redes sociales pueden ser un lugar de encuentro, de creatividad, de inspiración; pero vale la pena recordar que la vida no necesita la aprobación de desconocidos. El otro día me encontré a 'Quiter' en la fiesta de un pueblo cercano. Es de esos amigos de verdad que están por encima del tiempo que pase, de las distancias que nos separen, de los cumplimientos… en el momento que te ve, cuando rara vez nos vemos… parece que todo ocurriera ayer. Y todo está intacto. La complicidad lo envuelve todo. Los afectos siguen íntegros. Y las confidencias piden paso como si llevaran esperando ese momento cien años. No hay imagen que se acerque ni de lejos a captar toda esa riqueza de sentimientos, confianza y emociones que compartimos. Publicado en fotos o incluso en vídeo, sólo sería un encuentro más entre dos personas que se aprecian. Raquítica la imagen que tampoco en esta ocasión vale más que mil palabras.
Lo que no se comparte es tan real —o incluso más— que lo que se publica y, a veces, más hermoso precisamente porque permanece intacto, sin filtros, sin comentarios, sin medidas. Hay filtros tan 'im-perfectos' que te devuelven a la adolescencia aunque hayas pasado con creces los cincuenta. Y se siguen utilizando.
También fui a la playa, comí delicioso ¡Ayyy el bacalao de Valderas!, viví momentos hermosos y hasta me desternillé de risa. Pero me lo guardé para mí y mis amigos más próximos, y eso lo hizo más mío. Quizás la libertad hoy sea decidir qué partes de ti quedan fuera de la balconada. Porque hay amores, amistades y momentos que se fortalecen e intensifican cuando solo viven en el recuerdo de quienes los vivieron. Y ese recuerdo, como un jardín secreto, florece mejor lejos del ruido. ¿No le parece?
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