Juan Conde Guzón
Martes, 04 de Noviembre de 2025

Seguimos tocando el fondo

La primera cinta de casete de mi vida fue una Tudor de 120 minutos, hace ya tantas décadas que no recuerdo el año preciso. La generosidad de un familiar (e)migrante -de aquella, al sustantivo se le ponían sufijos para distinguir si el que migraba iba o venía- hizo que en nuestra casa entrara ese artefacto de la tecnología mucho antes que el suministro eléctrico a 220 v, expresado en edad geológica a la par que la misma corriente alterna.
 
La cinta en cuestión contenía la práctica totalidad del mítico concierto de Paco Ibáñez en el Olympia, aquellos poemas musicados con extraordinaria genialidad compositiva, no exenta de simplicidad, que muchos hemos llevado toda la vida en nuestras voces y en nuestras guitarras como auténticas ‘armas cargadas de futuro’.
 
Y hoy que es ya ese futuro, el pasado uno de noviembre concretamente, tuve la agridulce ocasión de despedirme de Paco Ibáñez en un concierto que, como tantas otras circunstancias de este presente, permanece con inusitada vigencia. Coreamos los curtidos asistentes casi todo el repertorio que su fatigada voz apenas le permitía esbozar y cuando sonaron los versos de Celaya la unanimidad convinimos que, después de tantos años, ‘seguimos tocando el fondo’; que tenemos que seguir galopando hasta enterrarlos en el mar -a los fascistas de siempre- como propuso Alberti y que una de las dos Españas como vaticinó Machado -el pasado muerto y el presente dormido-, sigue helando el corazón y engordando la cartera a los mismos.
 
O sea, aquí seguimos tocando el fondo, como si después de tantos años estuviéramos en la casilla de salida en esa historia circular que van tejiendo los canallas. Aquí seguimos, agotados como la voz de Paco Ibáñez, en la práctica seguridad de que siguen ganando las ‘bestias pardas’, simplificación del cantautor cuando todos pensamos en Trump, Netanyahu, Putin, Milei, Meloni, Orbán, Abascal, y en tantos otros y, cómo no, los rurales del público, pensando en no pocos líderes locales, nos acordamos de que nuestra verdad es cada vez más amarga, muchísimo más de lo que versó Quevedo. ¡Hasta siempre Paco!
 
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