José Antonio Fidalgo José Antonio Fidalgo
Lunes, 31 de Marzo de 2014

Obleas en Grajal de Campos

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Fue en el “año mil y quinientos y veinte a cuatro” cuando Francisco Delicado escribió el ‘Retrato de la Loçana Andaluza’, obra que se editó en Venecia en 1528 y que en España no se volvió a reimprimir hasta 1871, con gran disgusto de don Marcelino Menéndez y Pelayo, que calificó el libro de “obsceno, inmundo, feo y lleno de frívolas apariencias y vergonzoso contenido”. ¡Qué diferencia de criterio con el que Delicado justifica la autoría de su obra!. Una obra escrita “por dar olvido al dolor y también por traer a la memoria muchas cosas que en nuestros tiempos pasan, que no son laude a los presentes ni espejo a los de a venir”. En el ‘Mamotretro II’ nos cuenta Delicado que Aldonza “sabía hazer hojuelas, pestiños, rosquillas de alfaxor, testones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, xopaipas, hojaldres...”. Quedémonos con las hojuelas, también llamadas ojuelas, que, en realidad, son “primas hermanas” de las castellanas obleas, primas, a su vez, de los ‘barquillos’ y que, como vemos, su antigüedad en la cocina española se remonta, como mínimo, al siglo XV.
Grajal de Campos es municipio leonés, englobado en el partido judicial de Sahagún, y distante de esta villa (ciudad) capital unos cinco kilómetros. Grajal alcanzó rango de localidad importante en tiempos del rey asturiano Alfonso III el Magno y, desde el siglo XVI, realza el señorío de su estampa con la belleza de su castillo.
Pero Grajal brinda, paisaje aparte, un sabrosísima joya a sus visitantes: Las obleas; un a modo a modo de barquillos o de hojuelas que se repartían en fiestas vecinales y de cofradía y que hoy, casi perdida su tradición, vuelven a renacer a la historia dulcera. Esta es la fórmula de elaboración que obtuve en Grajal cuando trabajé en Sahagún: Se mezclan muy bien un kilo de harina y 300 gramos de azúcar, después se añaden dos huevos y se revuelve todo mezclando con un cucharón de madera; seguidamente, poco a poco, se va añadiendo agua, a la vez que se remueve con el cucharón, hasta lograr una pasta ligera que se aromatiza con unos granos de anís y un chorrito de licor al gusto.
Porciones de esta pasta se disponen en ‘los hierros’ (moldes circulares con forma de tenazas grandes), ya calientes, y se hornean hasta cocer perfectamente. Por regla general ‘los hierros’ marcan dibujos en la oblea y, en casos, hasta el nombre del elaborador o elaboradora.
El truco, según me explicaron, está en el batido de la pasta, que ha de hacerse lentamente y con mucho cuidado y paciencia. Desde ‘estes histories de Fidalgo’ sea nuestro ‘grito de ánimo’ para recuperar una tradición que no debe perderse en Grajal de Campos.

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