Del Viernes, 22 de Agosto de 2025 al Martes, 23 de Septiembre de 2025

¡Peregrino! ¡Coge el autobús!
La llanura castellana imponía su castigo. Días de sol abrasador y viento circular habían conseguido minar sus fuerzas metro a metro. Las piedras de los pórticos que llevaba marcadas en su espalda no le animaban a dar el siguiente paso. Entonces Sahagún apareció de repente como un oasis salvador. El niño del pozo amarillo no hubiera podido sentir más dicha. El autobús prometía llevarle a sus mullidas zapatillas y al descanso de su hogar.
Las talanqueras, las charangas, los pendones colgados, todo aquello anunciaba fiesta y tal vez una sidra consiguiera quitarle el sabor de la derrota de la boca. Rechazó la idea y se entregó al descanso.
El autobús salía temprano, tal vez para que el sol no descubriera su vergüenza. Se encaminó hacia el punto de partida vencido y tranquilo. Unas voces a lo lejos irrumpieron en su modorra con jarana trasnochada: “¡Peregrino! ¡Coge el autobús!” Hizo caso omiso y siguió con su paso abatido y cabizbajo. De pronto la rabia asomó en su rostro: armó sus bastones, se caló el sombrero y pasó de largo por la estación. Sonrió para sí y siguió caminando. Santiago le esperaba.
La llanura castellana imponía su castigo. Días de sol abrasador y viento circular habían conseguido minar sus fuerzas metro a metro. Las piedras de los pórticos que llevaba marcadas en su espalda no le animaban a dar el siguiente paso. Entonces Sahagún apareció de repente como un oasis salvador. El niño del pozo amarillo no hubiera podido sentir más dicha. El autobús prometía llevarle a sus mullidas zapatillas y al descanso de su hogar.
Las talanqueras, las charangas, los pendones colgados, todo aquello anunciaba fiesta y tal vez una sidra consiguiera quitarle el sabor de la derrota de la boca. Rechazó la idea y se entregó al descanso.
El autobús salía temprano, tal vez para que el sol no descubriera su vergüenza. Se encaminó hacia el punto de partida vencido y tranquilo. Unas voces a lo lejos irrumpieron en su modorra con jarana trasnochada: “¡Peregrino! ¡Coge el autobús!” Hizo caso omiso y siguió con su paso abatido y cabizbajo. De pronto la rabia asomó en su rostro: armó sus bastones, se caló el sombrero y pasó de largo por la estación. Sonrió para sí y siguió caminando. Santiago le esperaba.
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