Del Viernes, 22 de Agosto de 2025 al Martes, 23 de Septiembre de 2025

Comunión
Nunca antes habían viajado. No más allá del pueblo vecino o la feria comarcal.
Pero era año jubilar y debían buscar la indulgencia plenaria.
Por tanto la emoción, ya intensa en el momento de la partida, se agrandaba con el paso de los días, hasta verse inundados como las riberas de un río con las crecidas de la primavera. Cada jornada descubrían un pequeño y nuevo tesoro en esas tierras: paisajes, arquitectura, gastronomía o el sencillo trato familiar que encontraban a lo largo de la ruta. Jamás se saciaban.
Esa sensación, aparentemente inagotable, alcanzó un hito la víspera de su llegada a Sahagún.
El sol ya hacía tiempo que había corrido a ocultarse en poniente y con él había partido el calor vespertino. Por ello las lenguas que ascendían desde las hogueras, en la base del castillo de Grajal de Campos, constituían una invitación irrenunciable. Una promesa de hogar, aunque efímero. Una invitación a participar de lo común con esas gentes. Unos desconocidos que compartían con otros.
Allí, mientras las fogatas proyectaban sombras fugaces sobre piedras centenarias. Allí, mientras tales piedras recibían la pálida luz milenaria de una noche estrellada. Allí, entendieron la espiritualidad de la celebración. En comunión.
Nunca antes habían viajado. No más allá del pueblo vecino o la feria comarcal.
Pero era año jubilar y debían buscar la indulgencia plenaria.
Por tanto la emoción, ya intensa en el momento de la partida, se agrandaba con el paso de los días, hasta verse inundados como las riberas de un río con las crecidas de la primavera. Cada jornada descubrían un pequeño y nuevo tesoro en esas tierras: paisajes, arquitectura, gastronomía o el sencillo trato familiar que encontraban a lo largo de la ruta. Jamás se saciaban.
Esa sensación, aparentemente inagotable, alcanzó un hito la víspera de su llegada a Sahagún.
El sol ya hacía tiempo que había corrido a ocultarse en poniente y con él había partido el calor vespertino. Por ello las lenguas que ascendían desde las hogueras, en la base del castillo de Grajal de Campos, constituían una invitación irrenunciable. Una promesa de hogar, aunque efímero. Una invitación a participar de lo común con esas gentes. Unos desconocidos que compartían con otros.
Allí, mientras las fogatas proyectaban sombras fugaces sobre piedras centenarias. Allí, mientras tales piedras recibían la pálida luz milenaria de una noche estrellada. Allí, entendieron la espiritualidad de la celebración. En comunión.
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