Joaquín Albarracín de la Rosa Joaquín Albarracín de la Rosa
Miércoles, 03 de Septiembre de 2014

Estrellas de la madrugada

Aún con estrellas de la madrugada, Sahagún se hizo a mis ojos un hecho.
Tenía los talones quemados y asperezas por todo mi engranaje corporal. El olor a fresno con perfume de rocío latía fuerte en el paladar de mi nariz, revitalizando mi espíritu. Había andado mucho y eso pasaba factura (ciertamente mi voluntad se hallaba un tanto lacerada).
Mientras mis compañeros se esparcían por la villa en busca de un cálido albergue, yo, por inercia, acabé tumbado sobre el equipaje que llevaba. Quedé postrado encima de un valle diáfano cuyo cauce daba pie a la comarca. "Este momento no me lo quita nadie", pensé. Con muecas de andante fatigado hice un amago con el único fin de reincorporarme, moldeando mi cuello. El paisaje era lo único que ahora de verdad me importaba: allá, a lo lejos, haciendo enroque entre dos planos de tierras mansas, el río Valderaduey. Aquí, sobre mi cabeza, la noche estrellada.
El viento tintineaba, suave, sobre el paraje; un halo de frondoso frío acariciaba maternalmente mi cara, y mis sentidos fluyeron con la naturaleza en consonancia. Extasiado y sonriente, dormí feliz. Soñé: el Camino de Santiago, Sahagún, cultura de pie y piedras, siete pueblos, tres caminos.
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