Isabel Áurea Docampo Silvares Isabel Áurea Docampo Silvares
Jueves, 04 de Septiembre de 2014

El Camino

Sólo cinco de nosotros hablaba español. Ni Benke, ni su hija Suzie, de casi diez años, sabían más de una o dos frases. Por esta razón, cuando perdimos de vista a la niña en Sahagún, fui yo a buscarla. La encontré junto a la puerta de la iglesia de San Tirso, sentada de espaldas. Un niño reía con ella. La llamé apurándola, diciéndole que aún faltaban unas cuantas jornadas para llegar a Santiago de Compostela, que el camino era largo y quedaba mucho por conocer. Se giró, mostrándome entonces sus manos, llenas de escarabajos negros. El niño, que también tenía escabajos recorriendo sus dedos, se dirigió a mí para contarme que todos los habían encontrado al lado de la iglesia. En ese momento entendí que ella ya sabía qué era el Camino, ese que no tiene principio ni fin y que nos une a todo y a todos los que conocemos en él. El niño se despidió de nosotros unas casas más allá con un “hasta luego”. Él, sin duda, también sabía lo que era el Camino.

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