Día Domingo, 28 de Septiembre de 2025

FIRMAS
Otoño
Ha llegado la humedad a las calles del pueblo, lavando polvo, llenando charcos de sensaciones guardadas en el olvido, y trepando a hurtadillas por los poros de los adobes viejos.
El aire se ha vuelto fresco y acaricia los rostros con esa sonrisa del sádico, que administra con lascivia progresiva el dolor del frío, rodeando las esquinas y las callejuelas abandonadas y azotando las últimas hierbas y las últimas flores.
Han huido del cielo las aves amigas del calor y sólo quedan las resistentes; los estorninos envueltos en sus llamaradas negras por el cielo, las palomas que invaden como ocupas los nidos de las cigüeñas, los milanos patrullando los campos y los pardales al abrigo de las tejas de los aleros.
El pueblo sigue lleno de los recuerdos de las risotadas de los jóvenes, de las carreras de los niños y de la terraza del bar llena de reencuentros. Pero todo eso se ha ido, ha vuelto a una realidad que ya no duele por vieja.
Ha terminado ya la vendimia, se prepara la tierra para el sueño invernal y la gente se deja seducir por el reinado de los hongos y las castañas, el hervor del mosto y una entrega absoluta al amor de la leña y la paja.
Se mueren los chopos, agotando la hemorragia de hojas ocres y vistiendo la luz de colores cálidos, como si fuera una anestesia para lo que ya está llegando.
Casi no da tiempo a distinguir el otoño del invierno, demasiado parecidos, casi indefinida su frontera y ambos sumergidos en las tardes cortas y los amaneceres fríos. Uno viene a ser el hermano pequeño que aspira a llegar al tamaño del mayor y a emular sus hazañas de frío.
En la tarde prematura se extiende por el aire el olor a humero destilando roble y llamando a recogida, como una sirena que anuncia un bombardeo frío de lluvia y viento y las gentes abandonan las calles a su propio silencio, a las farolas a su soledad y comienza a bullir la banda sonora de los aullidos de los perros.
![[Img #9194]](upload/img/periodico/img_9194.jpg)
Ha llegado la humedad a las calles del pueblo, lavando polvo, llenando charcos de sensaciones guardadas en el olvido, y trepando a hurtadillas por los poros de los adobes viejos.
El aire se ha vuelto fresco y acaricia los rostros con esa sonrisa del sádico, que administra con lascivia progresiva el dolor del frío, rodeando las esquinas y las callejuelas abandonadas y azotando las últimas hierbas y las últimas flores.
Han huido del cielo las aves amigas del calor y sólo quedan las resistentes; los estorninos envueltos en sus llamaradas negras por el cielo, las palomas que invaden como ocupas los nidos de las cigüeñas, los milanos patrullando los campos y los pardales al abrigo de las tejas de los aleros.
El pueblo sigue lleno de los recuerdos de las risotadas de los jóvenes, de las carreras de los niños y de la terraza del bar llena de reencuentros. Pero todo eso se ha ido, ha vuelto a una realidad que ya no duele por vieja.
Ha terminado ya la vendimia, se prepara la tierra para el sueño invernal y la gente se deja seducir por el reinado de los hongos y las castañas, el hervor del mosto y una entrega absoluta al amor de la leña y la paja.
Se mueren los chopos, agotando la hemorragia de hojas ocres y vistiendo la luz de colores cálidos, como si fuera una anestesia para lo que ya está llegando.
Casi no da tiempo a distinguir el otoño del invierno, demasiado parecidos, casi indefinida su frontera y ambos sumergidos en las tardes cortas y los amaneceres fríos. Uno viene a ser el hermano pequeño que aspira a llegar al tamaño del mayor y a emular sus hazañas de frío.
En la tarde prematura se extiende por el aire el olor a humero destilando roble y llamando a recogida, como una sirena que anuncia un bombardeo frío de lluvia y viento y las gentes abandonan las calles a su propio silencio, a las farolas a su soledad y comienza a bullir la banda sonora de los aullidos de los perros.
m. vallejo miguelez. | Martes, 25 de Noviembre de 2014 a las 11:07:28 horas
Precioso....he regresado al pueblo 55 años atrás.Profundo, real, sencillo...Me ha transportado a las calles en las que solo echo en falta los charcos debido al asfalto, aquellos charcos en los que me metía hasta que el agua me entraba por las catiuscas y me empapaban los calcatines......Dios mío cuanto daría por que me volviera a ver mi Madre...... gracias por el relato......Luis Angel Díez Lazo ...no te conozco pero como si te hubiera leído toda mi vida.....
Accede para votar (0) (0) Accede para responder