Del Sábado, 01 de Noviembre de 2025 al Domingo, 16 de Noviembre de 2025
Marisa Lorenzo
IES SAHAGÚN
El trabajo cooperativo en la organización de centros educativos
Desde la Ley Orgánica del Derecho a la Educación de 1985, pasando por todas las reformas acaecidas posteriormente (LOGSE, LODE, LOPEG ...) hasta la actual ley en vigor, el perfil del docente ya no es, sin duda, el de un mero especialista titulado académicamente en un área determinada. El conocimiento de la realidad social y afectiva del alumnado es clave en la creación de climas que favorezcan el aprendizaje y sustenten la intervención psicoeducativa pertinente
Desde la Ley Orgánica del Derecho
a la Educación de 1985, pasando por todas las reformas acaecidas posteriormente
(LOGSE, LODE, LOPEG ...) hasta la actual ley en vigor, el perfil del docente ya
no es, sin duda, el de un mero especialista titulado académicamente en un área
determinada que describiese la Ley General de Educación de 1970. El profesional
docente ocupa ahora el rol de educador, un papel cada vez más
complejo. Este nuevo perfil exige una
mayor preparación pedagógica cuya formación inicial incluye el manejo de un
bagaje psicopedagógico por parte del docente que le hace conocedor de la
psicología de su alumnado. El conocimiento de la realidad social y afectiva del
alumnado es clave en la creación de climas que favorezcan el aprendizaje y
sustenten la intervención psicoeducativa pertinente.
El educador actual, en esta
medida, juega el papel central en la motivación educativa de sus alumnos en
cuanto a negociador del aprendizaje, eso es, en cuanto a conocedor de las
necesidades, inquietudes e intereses de formación de los participantes en el
aula. Dentro de este microcontexto social, el clima idóneo para que se produzca
una situación de enseñanza-aprendizaje depende en gran medida de la calidad de
las interacciones interpersonales de sus miembros. Es obvio que el alumno llega
al centro escolar con una experiencia familiar y social que ha podido
condicionar, positiva o negativamente, la actitud del mismo hacia el
aprendizaje, pero no debemos olvidar que, principalmente en la educación
secundaria, el instituto es el medio social donde ocurren la mayor parte de sus
interacciones personales. Este “contexto de interacciones interpersonales” se
convierte en un medio perfecto donde alcanzar la madurez emocional, suscitando
así una serie de inquietudes intelectuales necesarias para el enriquecimiento y
crecimiento personal del adolescente. Sin embargo, el profesor no siempre se
encuentra en el aula con unas actitudes positivas ante la educación: el
enfrentamiento diario a estos nuevos roles profesionales derivados de los
cambios sociales que vivimos han llevado al profesorado a experimentar ese malestar
docente que citaba el profesor J. M. Esteve.
La formación en centros y
cualquier labor de carácter cooperativo, esto es, el trabajo profesional
desempeñado en equipo, juega un papel fundamental en el desarrollo profesional
y también emocional de los docentes. Mucho se ha escrito e investigado ya sobre
la importancia de la enseñanza de habilidades sociales y resolución de
conflictos en el aula, sobre el estado emocional que traen consigo los
adolescentes al centro escolar y las consecuencias que de ello se derivan en
cuanto a su desarrollo académico. Pero, ¿y del bienestar personal del enseñante
en cuanto a su labor profesional?. Como demuestran las estadísticas realizadas al
respecto, es innegable que el estrés y la depresión son enfermedades derivadas
de nuestra actividad laboral.. No sólo la problemática en el aula sino también
las relaciones en el medio laboral se encuentran entre las causas de este
malestar que citábamos anteriormente.
La situación emocional a la que
el docente tiene que enfrentarse diariamente en su aula no es en la mayor parte
de los casos la idónea para que se produzca el aprendizaje: la falta de hábitos
de trabajo y estudio, la agresividad y los cambios sociales a los que el
profesor tiene que adaptar su actividad educativa acaban haciendo mella en su propio
bienestar personal. Es entonces cuando aparece el síndrome del profesional
“quemado” por su actividad. El ‘burnt out’ se manifiesta cuando estas
tensiones laborales se extienden a otras facetas del ámbito personal del
individuo causando un alto nivel de estrés para el que el profesor no está
preparado y que puede conducirle a la depresión. El docente se ve entonces
obligado a poner en práctica todas las teorías sobre habilidades sociales y
resolución de conflictos que él mismo promueve en su aula.
También el clima profesional
(relación con los compañeros, con la directiva, con las administraciones
educativas) puede hacer de la labor docente una fuente de insatisfacciones. El trabajo
cooperativo y una formación permanente adecuada pueden ser dos instrumentos
que contribuyan a aminorar estos síntomas del profesor ‘quemado’. Los grupos de
trabajo son, en este sentido, principalmente eficaces: se forman a partir de
intereses comunes entre docentes del mismo o varios centros que investigan en
la práctica buscando métodos pragmáticos que estén más directamente
relacionados con la resolución de problemas específicos de la práctica docente.
Son los propios miembros quienes gestionan su formación de forma acordada, no
impuesta. De este modo, los profesores-investigadores generan teorías que
parten de observaciones empíricas de las realidades de aula y no se ven a sí
mismos como ‘técnicos’ que ponen en práctica las teorías impuestas por la
investigación académica.
Las aportaciones individuales
contribuyen al enriquecimiento de la experiencia y son más fáciles de difundir
si se pretende involucrar con ello al resto de la comunidad escolar. La puesta
en común de las innovaciones educativas así como la expresión de la
problemática profesional particular, incrementa el compañerismo entre los
miembros y genera en el grupo un ‘feedback’ que estimula a sus
componentes a repetir la experiencia cooperativa. El mero hecho de ser el
profesorado mismo quien opina sobre su práctica, y no observadores externos,
suscita en el grupo una necesidad por mejorar la actividad profesional que,
consecuentemente, repercutirá en el bienestar personal. El trabajo
cooperativo puede, en definitiva, transformar el aislamiento profesional
en reflexiones profesionales compartidas.
La actividad docente
requiere una competencia en el manejo de habilidades para la resolución de
conflictos, competencia ésta que no ha formado nunca parte de su preparación
académica. Existen comunidades educativas que ya han empezado a manifestar una
necesidad de preparación emocional ante ciertas intervenciones psicoeducativas
que han de llevar a cabo en las aulas. Esta formación genera en el profesorado
unas actitudes positivas para asumir el reto diario de enseñar incluso a quien
que no quiere aprender y adaptarse a los cambios que ha venido sufriendo la
sociedad española en las últimas décadas, cambios a los que responden las
diferentes motivaciones de sus alumnos.
Finalmente, es necesario mencionar que, para que la organización del centro
verdaderamente estimule la innovación educativa ha de tomar en consideración
potenciar ciertos incentivos; así, traduciendo de la obra de Nunan: “... para que el trabajo
cooperativo en la docencia sea efectivo, los docentes necesitan formación y apoyo.
No es suficiente agrupar alegremente al profesorado sin concederles
oportunidades para que desarrollen las habilidades que necesitan para obtener
resultados positivos. Necesitan también tiempo para planificar sus
investigaciones y programas, así como oportunidades para revisar su trabajo.
Existe suficiente evidencia (...) para sugerir que, como fuente de innovación
pedagógica, el trabajo cooperativo solo podrá ser efectivo si: el profesorado
adquiere las capacidades apropiadas para la innovación que se pretende alcanzar,
o si el profesorado tiene disponibilidad horaria para implementar la
innovación; si se desarrollan mecanismos y acuerdos administrativos que
funcionen a la par con la innovación pedagógica".
A modo de conclusión, los beneficios que conlleva la
organización del centro atendiendo a proyectos cooperativos pueden
resumirse en los siguientes puntos:Los cambios sociales a los que el Sistema
Educativo Español tiene que adaptarse requieren del docente una formación
psicoeducativa permanente que haga que su labor sea efectiva; las
administraciones deben y pueden intentar paliar esta situación profesional
promoviendo la formación en centros y apoyando la innovación educativa; La
Dirección de Centros tiene la competencia de coordinar y gestionar las
actividades del centro y debe incentivar la mejora de resultados y la
excelencia educativa. De esta forma se conseguiría atender las demandas de
formación del profesorado y las necesidades de intervención psicoeducativa.
Algunos de los
beneficios profesionales y personales que se derivan del trabajo cooperativo
son: búsqueda de soluciones a conflictos de aula comunes en el Centro; Mayor
colaboración y acuerdo entre el profesorado; motivación docente para involucrarse
en una innovación potenciada internamente, no de forma impuesta; apoyo
emocional y comprensión profesional del docente que comparte, investiga y busca
soluciones efectivas a conflictos que perjudican el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Marisa Lorenzo es directora del Instituto de Educación
Secundaria de Sahagún
Desde la Ley Orgánica del Derecho
a la Educación de 1985, pasando por todas las reformas acaecidas posteriormente
(LOGSE, LODE, LOPEG ...) hasta la actual ley en vigor, el perfil del docente ya
no es, sin duda, el de un mero especialista titulado académicamente en un área
determinada que describiese la Ley General de Educación de 1970. El profesional
docente ocupa ahora el rol de educador, un papel cada vez más
complejo. Este nuevo perfil exige una
mayor preparación pedagógica cuya formación inicial incluye el manejo de un
bagaje psicopedagógico por parte del docente que le hace conocedor de la
psicología de su alumnado. El conocimiento de la realidad social y afectiva del
alumnado es clave en la creación de climas que favorezcan el aprendizaje y
sustenten la intervención psicoeducativa pertinente.
El educador actual, en esta
medida, juega el papel central en la motivación educativa de sus alumnos en
cuanto a negociador del aprendizaje, eso es, en cuanto a conocedor de las
necesidades, inquietudes e intereses de formación de los participantes en el
aula. Dentro de este microcontexto social, el clima idóneo para que se produzca
una situación de enseñanza-aprendizaje depende en gran medida de la calidad de
las interacciones interpersonales de sus miembros. Es obvio que el alumno llega
al centro escolar con una experiencia familiar y social que ha podido
condicionar, positiva o negativamente, la actitud del mismo hacia el
aprendizaje, pero no debemos olvidar que, principalmente en la educación
secundaria, el instituto es el medio social donde ocurren la mayor parte de sus
interacciones personales. Este “contexto de interacciones interpersonales” se
convierte en un medio perfecto donde alcanzar la madurez emocional, suscitando
así una serie de inquietudes intelectuales necesarias para el enriquecimiento y
crecimiento personal del adolescente. Sin embargo, el profesor no siempre se
encuentra en el aula con unas actitudes positivas ante la educación: el
enfrentamiento diario a estos nuevos roles profesionales derivados de los
cambios sociales que vivimos han llevado al profesorado a experimentar ese malestar
docente que citaba el profesor J. M. Esteve.
La formación en centros y
cualquier labor de carácter cooperativo, esto es, el trabajo profesional
desempeñado en equipo, juega un papel fundamental en el desarrollo profesional
y también emocional de los docentes. Mucho se ha escrito e investigado ya sobre
la importancia de la enseñanza de habilidades sociales y resolución de
conflictos en el aula, sobre el estado emocional que traen consigo los
adolescentes al centro escolar y las consecuencias que de ello se derivan en
cuanto a su desarrollo académico. Pero, ¿y del bienestar personal del enseñante
en cuanto a su labor profesional?. Como demuestran las estadísticas realizadas al
respecto, es innegable que el estrés y la depresión son enfermedades derivadas
de nuestra actividad laboral.. No sólo la problemática en el aula sino también
las relaciones en el medio laboral se encuentran entre las causas de este
malestar que citábamos anteriormente.
La situación emocional a la que
el docente tiene que enfrentarse diariamente en su aula no es en la mayor parte
de los casos la idónea para que se produzca el aprendizaje: la falta de hábitos
de trabajo y estudio, la agresividad y los cambios sociales a los que el
profesor tiene que adaptar su actividad educativa acaban haciendo mella en su propio
bienestar personal. Es entonces cuando aparece el síndrome del profesional
“quemado” por su actividad. El ‘burnt out’ se manifiesta cuando estas
tensiones laborales se extienden a otras facetas del ámbito personal del
individuo causando un alto nivel de estrés para el que el profesor no está
preparado y que puede conducirle a la depresión. El docente se ve entonces
obligado a poner en práctica todas las teorías sobre habilidades sociales y
resolución de conflictos que él mismo promueve en su aula.
También el clima profesional
(relación con los compañeros, con la directiva, con las administraciones
educativas) puede hacer de la labor docente una fuente de insatisfacciones. El trabajo
cooperativo y una formación permanente adecuada pueden ser dos instrumentos
que contribuyan a aminorar estos síntomas del profesor ‘quemado’. Los grupos de
trabajo son, en este sentido, principalmente eficaces: se forman a partir de
intereses comunes entre docentes del mismo o varios centros que investigan en
la práctica buscando métodos pragmáticos que estén más directamente
relacionados con la resolución de problemas específicos de la práctica docente.
Son los propios miembros quienes gestionan su formación de forma acordada, no
impuesta. De este modo, los profesores-investigadores generan teorías que
parten de observaciones empíricas de las realidades de aula y no se ven a sí
mismos como ‘técnicos’ que ponen en práctica las teorías impuestas por la
investigación académica.
Las aportaciones individuales
contribuyen al enriquecimiento de la experiencia y son más fáciles de difundir
si se pretende involucrar con ello al resto de la comunidad escolar. La puesta
en común de las innovaciones educativas así como la expresión de la
problemática profesional particular, incrementa el compañerismo entre los
miembros y genera en el grupo un ‘feedback’ que estimula a sus
componentes a repetir la experiencia cooperativa. El mero hecho de ser el
profesorado mismo quien opina sobre su práctica, y no observadores externos,
suscita en el grupo una necesidad por mejorar la actividad profesional que,
consecuentemente, repercutirá en el bienestar personal. El trabajo
cooperativo puede, en definitiva, transformar el aislamiento profesional
en reflexiones profesionales compartidas.
La actividad docente
requiere una competencia en el manejo de habilidades para la resolución de
conflictos, competencia ésta que no ha formado nunca parte de su preparación
académica. Existen comunidades educativas que ya han empezado a manifestar una
necesidad de preparación emocional ante ciertas intervenciones psicoeducativas
que han de llevar a cabo en las aulas. Esta formación genera en el profesorado
unas actitudes positivas para asumir el reto diario de enseñar incluso a quien
que no quiere aprender y adaptarse a los cambios que ha venido sufriendo la
sociedad española en las últimas décadas, cambios a los que responden las
diferentes motivaciones de sus alumnos.
Finalmente, es necesario mencionar que, para que la organización del centro
verdaderamente estimule la innovación educativa ha de tomar en consideración
potenciar ciertos incentivos; así, traduciendo de la obra de Nunan: “... para que el trabajo
cooperativo en la docencia sea efectivo, los docentes necesitan formación y apoyo.
No es suficiente agrupar alegremente al profesorado sin concederles
oportunidades para que desarrollen las habilidades que necesitan para obtener
resultados positivos. Necesitan también tiempo para planificar sus
investigaciones y programas, así como oportunidades para revisar su trabajo.
Existe suficiente evidencia (...) para sugerir que, como fuente de innovación
pedagógica, el trabajo cooperativo solo podrá ser efectivo si: el profesorado
adquiere las capacidades apropiadas para la innovación que se pretende alcanzar,
o si el profesorado tiene disponibilidad horaria para implementar la
innovación; si se desarrollan mecanismos y acuerdos administrativos que
funcionen a la par con la innovación pedagógica".
A modo de conclusión, los beneficios que conlleva la
organización del centro atendiendo a proyectos cooperativos pueden
resumirse en los siguientes puntos:Los cambios sociales a los que el Sistema
Educativo Español tiene que adaptarse requieren del docente una formación
psicoeducativa permanente que haga que su labor sea efectiva; las
administraciones deben y pueden intentar paliar esta situación profesional
promoviendo la formación en centros y apoyando la innovación educativa; La
Dirección de Centros tiene la competencia de coordinar y gestionar las
actividades del centro y debe incentivar la mejora de resultados y la
excelencia educativa. De esta forma se conseguiría atender las demandas de
formación del profesorado y las necesidades de intervención psicoeducativa.
Algunos de los
beneficios profesionales y personales que se derivan del trabajo cooperativo
son: búsqueda de soluciones a conflictos de aula comunes en el Centro; Mayor
colaboración y acuerdo entre el profesorado; motivación docente para involucrarse
en una innovación potenciada internamente, no de forma impuesta; apoyo
emocional y comprensión profesional del docente que comparte, investiga y busca
soluciones efectivas a conflictos que perjudican el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Marisa Lorenzo es directora del Instituto de Educación
Secundaria de Sahagún







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