Marisa Lorenzo Marisa Lorenzo
Martes, 19 de Febrero de 2013
IES SAHAGÚN

El trabajo cooperativo en la organización de centros educativos

Desde la Ley Orgánica del Derecho a la Educación de 1985, pasando por todas las reformas acaecidas posteriormente (LOGSE, LODE, LOPEG ...) hasta la actual ley en vigor, el perfil del docente ya no es, sin duda, el de un mero especialista titulado académicamente en un área determinada. El conocimiento de la realidad social y afectiva del alumnado es clave en la creación de climas que favorezcan el aprendizaje y sustenten la intervención psicoeducativa pertinente

Desde la Ley Orgánica del Derecho a la Educación de 1985, pasando por todas las reformas acaecidas posteriormente (LOGSE, LODE, LOPEG ...) hasta la actual ley en vigor, el perfil del docente ya no es, sin duda, el de un mero especialista titulado académicamente en un área determinada que describiese la Ley General de Educación de 1970. El profesional docente ocupa ahora el rol de educador, un papel cada vez más complejo.  Este nuevo perfil exige una mayor preparación pedagógica cuya formación inicial incluye el manejo de un bagaje psicopedagógico por parte del docente que le hace conocedor de la psicología de su alumnado. El conocimiento de la realidad social y afectiva del alumnado es clave en la creación de climas que favorezcan el aprendizaje y sustenten la intervención psicoeducativa pertinente.

El educador actual, en esta medida, juega el papel central en la motivación educativa de sus alumnos en cuanto a negociador del aprendizaje, eso es, en cuanto a conocedor de las necesidades, inquietudes e intereses de formación de los participantes en el aula. Dentro de este microcontexto social, el clima idóneo para que se produzca una situación de enseñanza-aprendizaje depende en gran medida de la calidad de las interacciones interpersonales de sus miembros. Es obvio que el alumno llega al centro escolar con una experiencia familiar y social que ha podido condicionar, positiva o negativamente, la actitud del mismo hacia el aprendizaje, pero no debemos olvidar que, principalmente en la educación secundaria, el instituto es el medio social donde ocurren la mayor parte de sus interacciones personales. Este “contexto de interacciones interpersonales” se convierte en un medio perfecto donde alcanzar la madurez emocional, suscitando así una serie de inquietudes intelectuales necesarias para el enriquecimiento y crecimiento personal del adolescente. Sin embargo, el profesor no siempre se encuentra en el aula con unas actitudes positivas ante la educación: el enfrentamiento diario a estos nuevos roles profesionales derivados de los cambios sociales que vivimos han llevado al profesorado a experimentar ese malestar docente que citaba el profesor J. M. Esteve.

La formación en centros y cualquier labor de carácter cooperativo, esto es, el trabajo profesional desempeñado en equipo, juega un papel fundamental en el desarrollo profesional y también emocional de los docentes. Mucho se ha escrito e investigado ya sobre la importancia de la enseñanza de habilidades sociales y resolución de conflictos en el aula, sobre el estado emocional que traen consigo los adolescentes al centro escolar y las consecuencias que de ello se derivan en cuanto a su desarrollo académico. Pero, ¿y del bienestar personal del enseñante en cuanto a su labor profesional?. Como demuestran las estadísticas realizadas al respecto, es innegable que el estrés y la depresión son enfermedades derivadas de nuestra actividad laboral.. No sólo la problemática en el aula sino también las relaciones en el medio laboral se encuentran entre las causas de este malestar que citábamos anteriormente.

La situación emocional a la que el docente tiene que enfrentarse diariamente en su aula no es en la mayor parte de los casos la idónea para que se produzca el aprendizaje: la falta de hábitos de trabajo y estudio, la agresividad y los cambios sociales a los que el profesor tiene que adaptar su actividad educativa acaban haciendo mella en su propio bienestar personal. Es entonces cuando aparece el síndrome del profesional “quemado” por su actividad. El ‘burnt out’ se manifiesta cuando estas tensiones laborales se extienden a otras facetas del ámbito personal del individuo causando un alto nivel de estrés para el que el profesor no está preparado y que puede conducirle a la depresión. El docente se ve entonces obligado a poner en práctica todas las teorías sobre habilidades sociales y resolución de conflictos que él mismo promueve en su aula.

También el clima profesional (relación con los compañeros, con la directiva, con las administraciones educativas) puede hacer de la labor docente una fuente de insatisfacciones. El trabajo cooperativo y una formación permanente adecuada pueden ser dos instrumentos que contribuyan a aminorar estos síntomas del profesor ‘quemado’. Los grupos de trabajo son, en este sentido, principalmente eficaces: se forman a partir de intereses comunes entre docentes del mismo o varios centros que investigan en la práctica buscando métodos pragmáticos que estén más directamente relacionados con la resolución de problemas específicos de la práctica docente. Son los propios miembros quienes gestionan su formación de forma acordada, no impuesta. De este modo, los profesores-investigadores generan teorías que parten de observaciones empíricas de las realidades de aula y no se ven a sí mismos como ‘técnicos’ que ponen en práctica las teorías impuestas por la investigación académica.

Las aportaciones individuales contribuyen al enriquecimiento de la experiencia y son más fáciles de difundir si se pretende involucrar con ello al resto de la comunidad escolar. La puesta en común de las innovaciones educativas así como la expresión de la problemática profesional particular, incrementa el compañerismo entre los miembros y genera en el grupo un ‘feedback’ que estimula a sus componentes a repetir la experiencia cooperativa. El mero hecho de ser el profesorado mismo quien opina sobre su práctica, y no observadores externos, suscita en el grupo una necesidad por mejorar la actividad profesional que, consecuentemente, repercutirá en el bienestar personal. El trabajo cooperativo puede, en definitiva, transformar el aislamiento profesional en reflexiones profesionales compartidas.

La actividad docente requiere una competencia en el manejo de habilidades para la resolución de conflictos, competencia ésta que no ha formado nunca parte de su preparación académica. Existen comunidades educativas que ya han empezado a manifestar una necesidad de preparación emocional ante ciertas intervenciones psicoeducativas que han de llevar a cabo en las aulas. Esta formación genera en el profesorado unas actitudes positivas para asumir el reto diario de enseñar incluso a quien que no quiere aprender y adaptarse a los cambios que ha venido sufriendo la sociedad española en las últimas décadas, cambios a los que responden las diferentes motivaciones de sus  alumnos. Finalmente, es necesario mencionar que, para que la organización del centro verdaderamente estimule la innovación educativa ha de tomar en consideración potenciar ciertos incentivos; así, traduciendo de la obra de Nunan: “... para que el trabajo cooperativo en la docencia sea efectivo, los docentes necesitan formación y apoyo. No es suficiente agrupar alegremente al profesorado sin concederles oportunidades para que desarrollen las habilidades que necesitan para obtener resultados positivos. Necesitan también tiempo para planificar sus investigaciones y programas, así como oportunidades para revisar su trabajo. Existe suficiente evidencia (...) para sugerir que, como fuente de innovación pedagógica, el trabajo cooperativo solo podrá ser efectivo si: el profesorado adquiere las capacidades apropiadas para la innovación que se pretende alcanzar, o si el profesorado tiene disponibilidad horaria para implementar la innovación; si se desarrollan mecanismos y acuerdos administrativos que funcionen a la par con la innovación pedagógica".

A modo de conclusión, los beneficios que conlleva la organización del centro atendiendo a proyectos cooperativos pueden resumirse en los siguientes puntos:Los cambios sociales a los que el Sistema Educativo Español tiene que adaptarse requieren del docente una formación psicoeducativa permanente que haga que su labor sea efectiva; las administraciones deben y pueden intentar paliar esta situación profesional promoviendo la formación en centros y apoyando la innovación educativa; La Dirección de Centros tiene la competencia de coordinar y gestionar las actividades del centro y debe incentivar la mejora de resultados y la excelencia educativa. De esta forma se conseguiría atender las demandas de formación del profesorado y las necesidades de intervención psicoeducativa.

Algunos de los beneficios profesionales y personales que se derivan del trabajo cooperativo son: búsqueda de soluciones a conflictos de aula comunes en el Centro; Mayor colaboración y acuerdo entre el profesorado; motivación docente para involucrarse en una innovación potenciada internamente, no de forma impuesta; apoyo emocional y comprensión profesional del docente que comparte, investiga y busca soluciones efectivas a conflictos que perjudican el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Marisa Lorenzo es directora del Instituto de Educación Secundaria de Sahagún

 

 

 

 

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