Sábado 9 de marzo

Duele.

Siempre duele.

Jamás te acostumbras.

El tiempo no mitiga el dolor;

nunca.

Cuando has llenado el pecho

y crees que nada más cabe

y cada ápice de sentimiento

sientes que te desborda

pero permanece, firme, recio,

buscándose un espacio,

colmándote, rellenándote

hasta impedirte respirar.

Cuando los ojos enrojecidos

semejan brasas

de tanto llorar;

y los supones secos, insensibles,

desprovistos de lágrimas,

basta la pena de tu ausencia

para inundarlos en llanto,

grito salado

de quien no puede gritar ya.

Entonces duele.

Como nunca.

Como siempre.

Y se parte el alma.

Y se teme no aguantar.

Ausencia.

No hay reloj que mida el tiempo

de las horas que no estás.

Silencio.

Brama el eco de tu silencio

en tormenta de soledad.

Ven.

Vuelve pronto.

Trae tu presencia.

Ilumíname con la luz de tu mirar.

Dame tu mano.

Por favor: dámela.

Asido a ella,

de amor traspasado,

quiero yo

a tu lado caminar. 

Anuncian el nuevo día, que va a nacer" (Popular)

Gallos de marzo. Cuatro gallos que, hace tiempo, echaron sus voces al viento. Gallos de marzo que perviven en los ecos de su canto.

Voces para esta tierra. Voces que hasta el cielo llegan y se aposentan en las estrellas. Lejanas estrellas de las noches claras de marzo.

Gallos que alzan el vuelo, cabalgando aires de este mes ventoso, para recorrer campos, vegas, lomas y páramos. Para llegar a los caseríos, los pueblos, las villas y las ciudades. Para llenar el corazón a mujeres y hombres que esperan, ¡desde hace tanto!, palabras hechas en voces nuevas.

Corre el sol, pálido de inviernos, la tibia aventura de esta mañana. Llena, sin temores, de luz y calor el día. Promesa ardiente y fecunda. Promesa repetida de poesía que conquista.

Gallos de marzo. Cuatro gallos que, ufanos, cantan la esperada amanecida. Gallos de marzo que cantan, premonitorios, la alegría de la primavera, en tantos pechos presentida.