En Tierra de Campos

El viento agita un mar de verdes espigas, la ola descubre el rubor de la amapola, en una composición puntillista de Van Gogh.

Caminos engalanados con margaritas y campanillas. Los rabiosos abrojos, garantizan pinchazos por el estío a ciclistas poco hábiles.

Entre la iridiscencia amarilla de la ginesta, del núbil blancor de los pétalos del espino albar y, los cardos floreados con tonos de las heráldicas en banderas y pendones, prende la cicuta con su blanca flor disfrazando su perversión.

Todo esplendor, la vibrante paleta de colores, verdes, amarillos, rojos, violetas, blancos, están amenazados por un sol justiciero que abrasará las delicadas rosas del espino y ennegrecerá la amapola. Se marchitará la flora y madurará el grano. La meseta se teñirá de amarillo pajizo. Y en silencio, ese silencio inmutable de Tierra de Campos y sus pobladores, que se verá alterado por el rumor de las hojas del chopo blandidas por el viento, por el jolgorio de los pajarillos, por el seco aleteo de la avutarda y el crotorar de la cigüeña. 

Es la culminación estacional de la primavera y el inicio del estío.