Del Lunes, 29 de Septiembre de 2025 al Miércoles, 01 de Octubre de 2025

Esperando la primavera
Martes, diecinueve de marzo
Esperando el autobús escolar como cada día, con un anorak azul y rojo, juega un niño solitario en el cruce del camino. Allí mismo se encuentra una caseta de madera, bajita, de diría que parece de juguete; un plástico amarillo, tocado con una letras que indican su procedencia, impermeabiliza el techo.
Al borde mismo de la carretera, un indicador con las letras algo corridas por la acción del agua y del tiempo dice, o, tal vez, reza: ‘Santa María la Real de Trianos’.
Unos cientos de metros más allá, escondida tras las tapias, protegida por un par de grandes casas, de entre las ruinas de la nave, se levanta, garbosa, desnuda de campanas, la espadaña.
Cuando la pobreza se vuelve mísera, las torres de las iglesias devienen en espadañas.
La curiosidad me lleva a intentar ver, tras el muro, los restos de la iglesia. Todavía se aprecian las naves y se yerguen las columnas que rematan en capiteles. Columnas que no sostienen nada. Recogimiento, casa de oración abierta al cielo, puesta al descubierto, donde se pasea Dios cada mañana.
Las inevitables ortigas crecen entre las grietas del suelo. Comparten un jardín las casas que arropan a Santa María. En ese jardín llama la atención un sarcófago antropomorfo hecho de piedra, que han convertido en jardinera. Nunca como aquí la tierra a la tierra y el polvo al polvo. El sarcófago que a la muerte abrazara, espera hoy abrirse en flores por primavera.
Me alejo por el camino, volviéndome a mirar cuando estoy ya en la carretera. Sigue allí, recortándose contra el paisaje, como una simbiosis de lo que fue y lo que será, entre la muerte y la esperanza. Apena que no aniden las cigüeñas en lo alto de su espadaña.
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Luis Angel | Martes, 19 de Marzo de 2013 a las 18:12:52 horas
Javier, me abrumas con tu comentario. Sabes que te lo agradezco, pero no me parece oportuno. Doy gracias a mi profesión y a la suerte de haber ejercido en esta tierra, que me ha permitido tener pacientes, que se han convertido en auténticos amigos, como ha sido el caso de tus padres y de tantos otros. Hoy, soy yo, por tanto quien tiene que dar las gracias a tantas personas como las que aquí me han abierto los brazos. Y gracias a quien me ha dado la oportunidad de poner mis páginas en vuestras manos.
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