Miércoles, veinte de marzo

Está llegando el tiempo. Ese tiempo cíclico de la muerte, que impregna la conciencia del hombre desde épocas inmemoriales. Llega el momento de la muerte ritual, del sacrificio, bellamente expresado en la cultura cristiana por esa semana de Pasión que se avecina.

La muerte simbólica, se vuelve tributo necesario para más vida. Hay que morir para renacer; morir a una vida para renacer a otra. Parece que la Naturaleza lo supiera, lo exigiera, y se viste hoy de lluvia y de gris plomizo,  y canta con el ulular del viento, trayendo a nuestros corazones la certeza de este tiempo de muerte.

Morir y renacer, anualmente, cíclicamente; morir en el invierno, para renacer en tardías primaveras. Sin embargo, un hombre se debe inmolar, por todos, en lugar de los demás. Un hombre que tiene la duda de si resucitará, pero que se va a llevar consigo la certeza de que no renacerá.

Doquiera que vuelvo la vista, veo presencia de la muerte. Se está pagando el tributo, en este tiempo de dolor, cuando el sol promete tardes jubilosas y la tierra se prepara a vestir sus mejores galas. Tributo de lágrimas y tristeza. Vivencia del morir, para alcanzar una nueva primavera.