Néstor Hernández Alonso Néstor Hernández Alonso 1
Sábado, 23 de Marzo de 2013

Silencio caliente

[Img #2725]En invierno acostumbro a visitar el pueblo de forma rápida, ocasional, de paso casi siempre. Visito el cementerio, la casa de mis padres, me doy una vuelta por las calles más cercanas y tomo un café en el bar. La última ocurrió hace unas semanas, un miércoles de febrero, frío y airoso. Me sorprendió el silencio de las calles, largo y profundo como ellas, y el hecho de no encontrarme con nadie a lo largo de mi recorrido. En verdad, no era el silencio acusador que hallé en Villacreces, un pueblo abandonado años atrás. Este era un silencio caliente, de vida, proveniente de cada una de las casas, habitadas, que escondían en su interior la paz y dulzura de sus pobladores resguardados de los rigores de un invierno largo. Por eso no me encontré solo, paseaba con ellos, aunque ni ellos ni yo nos encontráramos al bordear las esquinas.
Al acercarme al bar, comprobé con enorme sorpresa que estaba cerrado. “ya sólo abren los fines de semana”, me confesó un vecino al observar mi espera. El cierre del bar me obligó a entender mejor el silencio de las calles y la monotonía de estas vidas condenadas al aislamiento. En cualquier pueblo, por pequeño que sea, el bar y la iglesia deben estar siempre abiertos; sin ellos, la vida del hombre pierde su esencia: en el bar, cultiva la amistad, las relaciones, se divierte; en la iglesia, tranquiliza el espíritu, recuerda a sus mayores. Si estos dos lugares no cumplen esas misiones, el pueblo se resentirá en su espíritu colectivo y tenderá a desaparecer porque sus vínculos de unión se cortan y, como consecuencia, su vida será más costosa y aburrida.
Desde estas páginas clamo con todas mis fuerzas por la existencia obligada del bar y de la iglesia en cada pueblo, aunque para ello sea necesario conceder alguna ayuda. De su presencia depende la vida en el pueblo en el periodo en que más lo necesita, cuando sólo quedan los mayores, los ganaderos y los trabajadores del campo. La vida en los pueblos no solo necesita tranquilidad y sosiego sino también alegría y espíritu solidario, y eso únicamente se consigue manteniendo, como sea, abierto el bar, adonde acudir a apoyarse en el hombro del amigo, y la iglesia, donde el espíritu se alimenta mejor. Démosles la importancia debida y habremos convertido la vida de estas buenas gentes en algo más atractivo.

Sobre el autor 
Néstor Hernández Alonso, nacido en Calzada del Coto, es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo, doctor por la Universidad de León y catedrático de Lengua y Literatura. En cuanto a su producción literaria, han visto la luz en los últimos años los siguientes trabajos: Calzada del Coto: historia, lengua y toponimia (3ª edición, muy aumentada); El lenguaje de las crónicas deportivas (Cátedra); Tendencias en el lenguaje deportivo actual (Visión Libros); Donde muere el Roble Mirador; Pasos cortos (Hontanar); En tierra húmeda (Editorial Gran Vía); La orilla izquierda (Universidad de León) y Días claros (Fundación Saber.es Biblioteca Digital Leonesa). 

Comentarios (1)
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.38

  • Rogelio

    Rogelio | Lunes, 25 de Marzo de 2013 a las 22:49:45 horas

    Estoy de acuerdo. Un pueblo sin bar es menos pueblo, y un pueblo sin bar y sin iglesia, ya casi no es pueblo.
    Pero, de dónde saldrá el héroe para mantener abierto el bar?

    Accede para responder

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.