Del Lunes, 29 de Septiembre de 2025 al Miércoles, 01 de Octubre de 2025

Silencio caliente
En invierno acostumbro a visitar el pueblo de forma rápida, ocasional, de paso casi siempre. Visito el cementerio, la casa de mis padres, me doy una vuelta por las calles más cercanas y tomo un café en el bar. La última ocurrió hace unas semanas, un miércoles de febrero, frío y airoso. Me sorprendió el silencio de las calles, largo y profundo como ellas, y el hecho de no encontrarme con nadie a lo largo de mi recorrido. En verdad, no era el silencio acusador que hallé en Villacreces, un pueblo abandonado años atrás. Este era un silencio caliente, de vida, proveniente de cada una de las casas, habitadas, que escondían en su interior la paz y dulzura de sus pobladores resguardados de los rigores de un invierno largo. Por eso no me encontré solo, paseaba con ellos, aunque ni ellos ni yo nos encontráramos al bordear las esquinas.
Al acercarme al bar, comprobé con enorme sorpresa que estaba cerrado. “ya sólo abren los fines de semana”, me confesó un vecino al observar mi espera. El cierre del bar me obligó a entender mejor el silencio de las calles y la monotonía de estas vidas condenadas al aislamiento. En cualquier pueblo, por pequeño que sea, el bar y la iglesia deben estar siempre abiertos; sin ellos, la vida del hombre pierde su esencia: en el bar, cultiva la amistad, las relaciones, se divierte; en la iglesia, tranquiliza el espíritu, recuerda a sus mayores. Si estos dos lugares no cumplen esas misiones, el pueblo se resentirá en su espíritu colectivo y tenderá a desaparecer porque sus vínculos de unión se cortan y, como consecuencia, su vida será más costosa y aburrida.
Desde estas páginas clamo con todas mis fuerzas por la existencia obligada del bar y de la iglesia en cada pueblo, aunque para ello sea necesario conceder alguna ayuda. De su presencia depende la vida en el pueblo en el periodo en que más lo necesita, cuando sólo quedan los mayores, los ganaderos y los trabajadores del campo. La vida en los pueblos no solo necesita tranquilidad y sosiego sino también alegría y espíritu solidario, y eso únicamente se consigue manteniendo, como sea, abierto el bar, adonde acudir a apoyarse en el hombro del amigo, y la iglesia, donde el espíritu se alimenta mejor. Démosles la importancia debida y habremos convertido la vida de estas buenas gentes en algo más atractivo.
Sobre el autor
Néstor Hernández Alonso, nacido en Calzada del Coto, es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo, doctor por la Universidad de León y catedrático de Lengua y Literatura. En cuanto a su producción literaria, han visto la luz en los últimos años los siguientes trabajos: Calzada del Coto: historia, lengua y toponimia (3ª edición, muy aumentada); El lenguaje de las crónicas deportivas (Cátedra); Tendencias en el lenguaje deportivo actual (Visión Libros); Donde muere el Roble Mirador; Pasos cortos (Hontanar); En tierra húmeda (Editorial Gran Vía); La orilla izquierda (Universidad de León) y Días claros (Fundación Saber.es Biblioteca Digital Leonesa).
![[Img #2725]](upload/img/periodico/img_2725.jpg)
Al acercarme al bar, comprobé con enorme sorpresa que estaba cerrado. “ya sólo abren los fines de semana”, me confesó un vecino al observar mi espera. El cierre del bar me obligó a entender mejor el silencio de las calles y la monotonía de estas vidas condenadas al aislamiento. En cualquier pueblo, por pequeño que sea, el bar y la iglesia deben estar siempre abiertos; sin ellos, la vida del hombre pierde su esencia: en el bar, cultiva la amistad, las relaciones, se divierte; en la iglesia, tranquiliza el espíritu, recuerda a sus mayores. Si estos dos lugares no cumplen esas misiones, el pueblo se resentirá en su espíritu colectivo y tenderá a desaparecer porque sus vínculos de unión se cortan y, como consecuencia, su vida será más costosa y aburrida.
Desde estas páginas clamo con todas mis fuerzas por la existencia obligada del bar y de la iglesia en cada pueblo, aunque para ello sea necesario conceder alguna ayuda. De su presencia depende la vida en el pueblo en el periodo en que más lo necesita, cuando sólo quedan los mayores, los ganaderos y los trabajadores del campo. La vida en los pueblos no solo necesita tranquilidad y sosiego sino también alegría y espíritu solidario, y eso únicamente se consigue manteniendo, como sea, abierto el bar, adonde acudir a apoyarse en el hombro del amigo, y la iglesia, donde el espíritu se alimenta mejor. Démosles la importancia debida y habremos convertido la vida de estas buenas gentes en algo más atractivo.
Sobre el autor
Néstor Hernández Alonso, nacido en Calzada del Coto, es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo, doctor por la Universidad de León y catedrático de Lengua y Literatura. En cuanto a su producción literaria, han visto la luz en los últimos años los siguientes trabajos: Calzada del Coto: historia, lengua y toponimia (3ª edición, muy aumentada); El lenguaje de las crónicas deportivas (Cátedra); Tendencias en el lenguaje deportivo actual (Visión Libros); Donde muere el Roble Mirador; Pasos cortos (Hontanar); En tierra húmeda (Editorial Gran Vía); La orilla izquierda (Universidad de León) y Días claros (Fundación Saber.es Biblioteca Digital Leonesa).
Rogelio | Lunes, 25 de Marzo de 2013 a las 22:49:45 horas
Estoy de acuerdo. Un pueblo sin bar es menos pueblo, y un pueblo sin bar y sin iglesia, ya casi no es pueblo.
Pero, de dónde saldrá el héroe para mantener abierto el bar?
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