Del Lunes, 29 de Septiembre de 2025 al Miércoles, 01 de Octubre de 2025

Esperando la primavera
Lunes, veinticinco de marzo
La iglesia se encuentra en lo más alto del pueblo. Por encima de las casas; con la sola compañía del cementerio.
Los años y las gentes, la han ido haciendo vieja. Cada generación ha dejado, en forma de parches, sus huellas en ella. Próxima al muro, a la sombra de unas acacias que nadie riega, un prisma de piedra en el suelo, muestra un laberinto de letras y una fecha. La cara que mira al cielo dice: "Ferdinandus a Tovar fecit", teniendo a gala el capricho de mostrarlo en innumerables posiciones, en cientos de diferentes lecturas. Ansia de perdurar, hacerse duradero en la dureza de la piedra; eternidad de andar por casa. El tiempo ha ido limando los relieves, y los líquenes han vuelto uniforme su apariencia. Las mujeres, en las tardes de verano se sientan sobre ella, mientras cosen y charlan. Cuando se acerca alguien, curioso, a estudiar la piedra, se vuelven recelosas y temen imaginarios expolios.
- No vendrán a llevársela, ¿verdad?
Y respiran tranquilas al contestar que no, que ni siquiera se ha pasado esa posibilidad por la cabeza.
La torre, cuadrada y recia, tiene una grieta que la recorre del cimiento al ventanal. Contra ella se apoya una escalera rústica de madera sin desbastar.
Bajo la escalera duerme en el abandono el crucificado de un calvario, con los brazos rotos. Crecen las hierbas entre los pedazos, y el Cristo, en agonía, parece sufrir más: un calvario que le va destrozando día tras día.
Es como un símbolo, un monumento de insidia ante el que todos pasan ajenos, despreocupados, camino de la iglesia, a ver a quién dan golpes de pecho.
Llegará el momento en que muera el Cristo de la agonía, nuevamente crucificado en olvidos, bajo la luz del sol, lejos de los brazos de María.
![[Img #2772]](upload/img/periodico/img_2772.jpg)
La iglesia se encuentra en lo más alto del pueblo. Por encima de las casas; con la sola compañía del cementerio.
Los años y las gentes, la han ido haciendo vieja. Cada generación ha dejado, en forma de parches, sus huellas en ella. Próxima al muro, a la sombra de unas acacias que nadie riega, un prisma de piedra en el suelo, muestra un laberinto de letras y una fecha. La cara que mira al cielo dice: "Ferdinandus a Tovar fecit", teniendo a gala el capricho de mostrarlo en innumerables posiciones, en cientos de diferentes lecturas. Ansia de perdurar, hacerse duradero en la dureza de la piedra; eternidad de andar por casa. El tiempo ha ido limando los relieves, y los líquenes han vuelto uniforme su apariencia. Las mujeres, en las tardes de verano se sientan sobre ella, mientras cosen y charlan. Cuando se acerca alguien, curioso, a estudiar la piedra, se vuelven recelosas y temen imaginarios expolios.
- No vendrán a llevársela, ¿verdad?
Y respiran tranquilas al contestar que no, que ni siquiera se ha pasado esa posibilidad por la cabeza.
La torre, cuadrada y recia, tiene una grieta que la recorre del cimiento al ventanal. Contra ella se apoya una escalera rústica de madera sin desbastar.
Bajo la escalera duerme en el abandono el crucificado de un calvario, con los brazos rotos. Crecen las hierbas entre los pedazos, y el Cristo, en agonía, parece sufrir más: un calvario que le va destrozando día tras día.
Es como un símbolo, un monumento de insidia ante el que todos pasan ajenos, despreocupados, camino de la iglesia, a ver a quién dan golpes de pecho.
Llegará el momento en que muera el Cristo de la agonía, nuevamente crucificado en olvidos, bajo la luz del sol, lejos de los brazos de María.
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