Del Viernes, 22 de Agosto de 2025 al Martes, 23 de Septiembre de 2025

Cuento infantil
El beso del Rey
Cultura / Creación literaria
En el Paseo de la Condesa, estaba la casa de la Perrona. Una casa imponente y gris, de portal señorial con escalones de mármol. En León todo el mundo la conocía por La Perrona, pues en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, el constructor pagaba una perrona diaria por un seguro de accidentes que cubriese a los trabajadores y era la primera en la que tal cosa acontecía.
Allí vivía Quique, un niño de cuatro años, soñador, inquieto, el menor de cuatro hermanos. Como todos los niños de esa edad, un poco trasto, pero bueno, con esa bondad que sólo se reconoce en esos cortos años.
La víspera de Reyes, fue una tarde fría, larga, enorme en esa espera que tienen los infantes que desean que sea ya la mañana del día ansiado, para descubrir los regalos que, sobre sus zapatos bien lustrados, hayan dejado Sus Majestades. Se apuntaban a la pereza de la tarde los grandes copos de nieve que caían con calma cubriendo las aceras. Otra preocupación más, ¿podrían llegar los Reyes, o se lo impediría la nevada? Pilar con dulzura quitaba pesares asegurando que nunca los Reyes habían dejado de acudir a tan importante cita.
De pronto la radio, interrumpía la programación habitual para dar la noticia: “Sus Majestades los Reyes Magos, habían llegado a León”.
La emoción hacía aflorar los nervios y, las ganas de esperarlos despierto, pugnaban con las indicaciones de Pilar a Quique. Si permanecía levantado, los Reyes podían no llegar.
Así, una cena ligera, con un vaso de leche y un pedazo del Roscón de Reyes sirvieron para llevar a nuestro amigo a la cama.
Lo sorprendente ocurrió al cabo de unas horas. Quique fue sacado de su profundo sueño por su madre, que le zarandeaba con dulzura. Abrió los ojos y detrás de Pilar acertó a contemplar la capa de raso y armiño que vestía al Rey Melchor.
- Mira, han venido los Reyes, están repartiendo sus regalos y a nuestro piso se ha acercado Melchor, pues quería verte.
Comentó la madre.
Quique abrió los ojos como platos y entre el sueño y la sorpresa, no atinó a decir palabra.
- Me han dicho que este año has sido muy bueno.
Dijo el rey.
Quique asintió con la cabeza.
- Te voy a dejar lo que nos has pedido…
E inclinándose Melchor, besó la frente del niño.
Apagaron la luz y en breves instantes, Quique dormía con toda placidez...
A la mañana siguiente, cuando se despertó, sentado en la cama tenía dudas de haber soñado aquella hermosa aventura. Corrió hasta el balcón y allí encontró los juguetes pedidos, fue entonces cuando se contempló de refilón en el espejo y la pudo ver. Una pequeña estrella plateada, estaba pegada sobre su frente, donde le había besado el rey. Sus gritos conmocionaron la casa, pues le desbordaba la alegría de saber realidad lo que había creído un sueño. Entre risas su madre y sus hermanos le ponderaron la estrella de su frente…
Y no hubo manera de lavarle la cara en un par de días, pues no quería que se perdiese el beso que le dejó Melchor.
![[Img #18731]](http://sahagundigital.com/upload/images/01_2019/2788_jose-losada.jpg?37)
En el Paseo de la Condesa, estaba la casa de la Perrona. Una casa imponente y gris, de portal señorial con escalones de mármol. En León todo el mundo la conocía por La Perrona, pues en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, el constructor pagaba una perrona diaria por un seguro de accidentes que cubriese a los trabajadores y era la primera en la que tal cosa acontecía.
Allí vivía Quique, un niño de cuatro años, soñador, inquieto, el menor de cuatro hermanos. Como todos los niños de esa edad, un poco trasto, pero bueno, con esa bondad que sólo se reconoce en esos cortos años.
La víspera de Reyes, fue una tarde fría, larga, enorme en esa espera que tienen los infantes que desean que sea ya la mañana del día ansiado, para descubrir los regalos que, sobre sus zapatos bien lustrados, hayan dejado Sus Majestades. Se apuntaban a la pereza de la tarde los grandes copos de nieve que caían con calma cubriendo las aceras. Otra preocupación más, ¿podrían llegar los Reyes, o se lo impediría la nevada? Pilar con dulzura quitaba pesares asegurando que nunca los Reyes habían dejado de acudir a tan importante cita.
De pronto la radio, interrumpía la programación habitual para dar la noticia: “Sus Majestades los Reyes Magos, habían llegado a León”.
La emoción hacía aflorar los nervios y, las ganas de esperarlos despierto, pugnaban con las indicaciones de Pilar a Quique. Si permanecía levantado, los Reyes podían no llegar.
Así, una cena ligera, con un vaso de leche y un pedazo del Roscón de Reyes sirvieron para llevar a nuestro amigo a la cama.
Lo sorprendente ocurrió al cabo de unas horas. Quique fue sacado de su profundo sueño por su madre, que le zarandeaba con dulzura. Abrió los ojos y detrás de Pilar acertó a contemplar la capa de raso y armiño que vestía al Rey Melchor.
- Mira, han venido los Reyes, están repartiendo sus regalos y a nuestro piso se ha acercado Melchor, pues quería verte.
Comentó la madre.
Quique abrió los ojos como platos y entre el sueño y la sorpresa, no atinó a decir palabra.
- Me han dicho que este año has sido muy bueno.
Dijo el rey.
Quique asintió con la cabeza.
- Te voy a dejar lo que nos has pedido…
E inclinándose Melchor, besó la frente del niño.
Apagaron la luz y en breves instantes, Quique dormía con toda placidez...
A la mañana siguiente, cuando se despertó, sentado en la cama tenía dudas de haber soñado aquella hermosa aventura. Corrió hasta el balcón y allí encontró los juguetes pedidos, fue entonces cuando se contempló de refilón en el espejo y la pudo ver. Una pequeña estrella plateada, estaba pegada sobre su frente, donde le había besado el rey. Sus gritos conmocionaron la casa, pues le desbordaba la alegría de saber realidad lo que había creído un sueño. Entre risas su madre y sus hermanos le ponderaron la estrella de su frente…
Y no hubo manera de lavarle la cara en un par de días, pues no quería que se perdiese el beso que le dejó Melchor.
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