Cristina Domínguez Cristina Domínguez
Martes, 16 de Julio de 2019
“Hay que tener mucha paciencia”, ese es el truco

Mujeres que vuelan con los vencejos

Ya han salvado de una muerte segura a medio centenar de polluelos

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“Aquí lo más complicado es enseñarles a abrir el pico de forma autónoma, sobre todo si son muy pequeños. Coges la pasta, haces una bolina, la mojas en agua, estimulas las comisuras con la otra mano y, cuando abre… para dentro”. La soltura con la que Cami da de comer a sus ‘refugiados’ invita a pensar que la tarea es sencilla. Nada más lejos de la realidad. Según la Sociedad Española de Ornitología, SEO/BirdLife, los vencejos caídos en el suelo “están condenados a morir” al ser un ave “muy especial, que requiere unos cuidados igualmente especiales” y, sobre todo, porque cuidar de polluelos o ejemplares heridos requiere mucho tiempo y muchísima dedicación. Compromiso con mayúsculas.
 
Pero en casa de las hermanas Bermejo la complejidad de la que hablan desde la SEO ni se contempla: cuatro o cinco vencejos al año, por diez años desde que encontraron al primero en el suelo y un 100% de casos de éxito. Polluelo de vencejo huérfano que cae en sus manos, vencejo adulto que acaba volando. Y ya van medio centenar.   
 
Ellas son Cami, Quiqui, Cova y Delfi, cuatro amantes de los animales que, sin querer, se han vuelto unas expertas de primer orden en el cuidado de los vencejos, los reyes del cielo estival; unas criaturas fascinantes y muy delicadas que, ahora en verano, especialmente cuando hay ola de calor, caen con facilidad de sus refugios buscando el fresco o por puro cotilleo. En este sentido, según indican desde la SEO, “algunas crías, motivadas por un exceso de curiosidad y temeridad, se asoman al exterior del nido produciéndose el accidente; pero fundamentalmente las aves caen del nido al verse obligadas a saltar por el calor sofocante que se alcanza en su interior”.
 
 
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Cuidar de los polluelos de vencejo que caen de su nido significa compromiso y dedicación, no es ningún pasatiempo: “hay que dar de comer cada tres horas, casi como un bebé”, bromea Quiqui, mientras amasa la pasta con la que alimenta actualmente a una pareja de vencejos y otros dos aviones, también caídos de un nido. “Empleamos alimento especial para aves insectívoras y carne picada de ternera como base para poder manipular, macerada y hecha bolitas, y remojada en agua ¡nunca del grifo! -advierte la cuidadora- tiene que ser del río [“o de una fuente natural”, precisa ahora Cova]. La última ración la toman a la una de la madrugada y, de ahí, hasta las nueve”. Pero, más allá de los cuidados, de alimentar cada ejemplar, de mantenerlos protegidos de los agentes externos, hay un factor determinante: “la paciencia”, precisa Cova.
 
 
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Cuándo empezó ese compromiso con los más vulnerables todavía es un recuerdo fresco en la memoria de estas cuatro hermanas: “tendría diez años… once. Éramos unas chiguitas. Una tarde nos encontramos una oveja en medio del campo y, como la vimos sola y débil, fuimos a por ella con una carretilla que nos dejaron. Una vez en casa hicimos una caseta en un solar que había cerca y, con la paga de los domingos, comprábamos avena, pienso… Cuando mejoró la oveja se la dimos a un pastor, pero murió al poco porque, según nos dijo, tenía tuberculosis. Yo creo que ahí empezó todo”, cuenta Quiqui. 
 
Otro corderín que acabó siendo la mascota de la casa, un murciélago con el patagio desgarrado, un jilguero con el ala rota, gatos, perros, pichones y palomas… en casa de las hermanas Bermejo hay hueco y mimos para todo bicho viviente, aunque, sin querer, se han profesionalizado en el complejo arte de cuidar vencejos, anunciador del verano que, en la comarca de Sahagún, se apodera del cielo y los tejados. “Este año llegaron el uno de mayo, lo apunté y todo”, sentencia rotunda Cova, ya toda una experta en las costumbres de estas “extraordinarias” aves que pasan casi toda su vida suspendidas, sin tocar el suelo. 
 
En su baúl de los recuerdos guardan tantas anécdotas como rescates, alguno con reconocimiento. “Encontramos un murciélago en la calle. Nos pusimos en contacto con Medio Ambiente y nos dijeron que pasarían a recogerlo porque están protegidos. Mientras, le montamos una jaula oscura, forrada de fieltro para que no pasase la luz y pudiese prenderse de ahí, con otros paños húmedos en el suelo para reproducir su hábitat… hasta nos mandaron de la Junta una carta de agradecimiento”, cuenta divertida Cova. “Desgraciadamente nos dijeron que tampoco había prosperado. Tenía el patagio desagarrado”.   
 
Aunque se vuelcan por completo con cada animal, no ponen nombre a sus inquilinos ni les cantan. Romanticismo cero. Únicamente algún ‘grito de guerra’, un silbidito, con el que anuncian la hora de comer. “Al final sí lo relacionan y entienden que toca abrir el pico”, bromean las cuidadoras. “Hace algún tiempo cuidamos un pichón. De adulto lo soltamos en un palomar y, a la vuelta de dos meses, fuimos a ver qué había sido de él. ¿Puedes creer que reconoció los silbidos y se nos posó en el hombro? El dueño del palomar flipaba”.   
 
Saber cuándo el vencejo está listo para ser liberado suele ser una cuestión que preocupa después de tanto esfuerzo invertido con el pequeño, ahora ya grande. Pero estas sahagunenses también tienen ya cogido el truco: “para empezar, no comen tanto; empiezan a perder peso para hacerse más ligeros y facilitar el vuelto. Después, las plumas de sus alas pierden los cañones en la base, que son una especie de plásticos. Llegado a ese punto toca salir. Nos lo hacen saber”. 
 
Sostienen, tanto Cova como Quiqui, que el día de la separación los sentimientos se encuentran. Felicidad, por conseguir sacar adelante un pájaro que de otra forma estaría muerto. Tristeza por la despedida de un compañero… dudas sobre el futuro del bichín… “pero dan dos vueltas y se van. No titubean. No hay marcha atrás ni quieren quedarse”, cuentan con la voz un poco quebrada. 
 
Horas de grabaciones con la evolución de sus protegidos llenan la memoria del móvil de las cuatro hermanas, que no se cansarán de mirar mientras esperan el aire cálido del próximo verano.  
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