Del Martes, 02 de Diciembre de 2025 al Martes, 30 de Diciembre de 2025
Cristina Domínguez
3º Entrega
Balada triste en la Plaza Mayor
Sahagún
Durante los próximos días nos daremos una vuelta virtual por los pueblos de nuestra comarca para conocer cómo se está viviendo la aplicación del Estado de Alarma. Hoy ‘viajamos’ hasta Sahagún, la población donde más se deja notar la cuarentena social.
Sahagún
Balada triste en la Plaza Mayor
Como es de cajón, la localidad de Sahagún es donde más se sienten las consecuencias del Estado de Alarma en todo el sureste leonés. Centro económico y comercial, las normas sanitarias han obligado a cerrar la mayor parte de los negocios locales, frenando en seco el trasiego habitual, una imagen totalmente desoladora, que nada tiene que ver con una mañana de viernes, con toda la chavalada del instituto sobreexcitada saboreando ya el fin de semana, comprando el bocata y animando la calle con sus voceríos; con los paisanos sentados en los bancos de la plaza tomando el aire; con las furgonetas de reparto subiendo y bajando cajas; con gente entrando y saliendo de los bares y bancos… Silencio. Vacío. Ni en el peor de los inviernos.
Y es, en su corazón, la Plaza Mayor, donde se deja notar muy especialmente la cuarentena social y todas las restricciones inherentes a un Estado de Alarma. La mayor parte del entramado comercial está cerrado al público, incluidas las oficinas municipales, y a los que se permite seguir con las puertas abiertas extreman las precauciones con disciplina.
Salgo de casa camino de la plaza. Al doblar la esquina, Bárbara, la de La Caixa, limpia con desinfectante el cajero automático de la entidad, con las llaves puestas en la puerta; es de los pocos sitios ‘abiertos’ que hay en la calle Flora Flórez junto a la droguería de la cadena Clarel y la tienda de las hermanas Bermejo, un lugar de esos estratégicos, éste último, donde se puede hacer una compra de víveres casi completa. ¡Cuánto hay que valorar las tiendas de barrio!...
En la otra esquina, Alfonso, toma nota de un encargo de butano desde la puerta de su establecimiento. Como en el resto de comercios, el COVID-19 ha borrado los rostros de los que están al otro lado del mostrador. Sus nuevos ‘uniformes’ hacen complicado dirigirse a ellos con la familiaridad de otros días.
La poca gente que se mueve por la calle se muestra distante, temerosa, triste… una melancolía que se contagia como el propio virus a pesar del animado ajetreo de los pájaros, de la incesante tarea de la cigüeña preparando su nido, de la agradable temperatura de la mañana y del estallido de la primavera. Sí, hoy entró la primavera. Pero ha pasado de puntillas…
Sigo la vuelta rápida. La puerta del estanco está abierta, pero la clientela no puede atravesar su umbral. A través de los barrotes del establecimiento, Paula, protegida con mascarilla y guantes, recoge el encargo, que Montse prepara y entrega a la primera, para que ésta lo cuele entre los hierros y cobre la compra. No hay mucha más conversación que los buenos días obligados y la marca de los pitillos. El estanco es uno de los ‘puntos calientes’ y la agilidad de las trabajadoras es determinante: evitar que se formen colas o grupos de fumadores (o recaderos) en el soportal. Una patrulla de la Guardia Civil observa, a pocos metros, todo el ritual…
En la esquina de la Avenida de la Constitución está La Tahona, una de las panaderías de referencia en Sahagún. La puerta está empapelada con carteles que anuncian todas las medidas de seguridad que hay que adoptar para hacer la compra sin problemas. Pasa lo mismo que en el estanco. A pesar de la simpatía que destilan, hoy nadie tiene muchas ganas de conversación… tampoco se hace fácil hablar con la boca tapada. Un paisano sale de la panadería con un saco de papel lleno de barras. Fuera, Pili y Sara se saludan y aguardan, a distancia, su turno para entrar.
Con las barras en la mano subo la cuesta del bazar de Conchi -cerrado- y veo a Iván, también acorazado, llevar desde su frutería al contenedor que tiene frente a él unas cajas vacías. Saluda en la distancia a un cliente. Deja pasar a otro, al que recibe, éste también, con mascarillas y guantes.
Hasta ahí no se aprecia la verdadera dimensión del confinamiento y las medidas preventivas más allá del descenso de viandantes.
Pero en la puerta del supermercado Lupa cambia radicalmente la imagen. Unas 20 personas, muy distanciadas, aguardan la cola para entrar. Las trabajadoras han colocado uno de esos dispensadores de tickets de turno para controlar las entradas y sólo permiten a un máximo de ocho clientes dentro. Son las 11:00 y tengo el número 36.
Con la lista de la compra en la mano, intento hacer acopio sin perder mucho tiempo y agilizar para que no se haga agotadora la espera para los que están todavía en la calle aguardando turno. Hablo con Deborah al salir… “hay de todo. El que viene a cargar y el que viene a por el pan y poco más. Ya hemos advertido que no vamos a permitir los ‘paseos’ dentro del supermercado y, en este sentido, la Guardia Civil se está portando genial. Si ocurre alguna incidencia o esto se empieza a llenar de gente les llamamos”, explica. Dentro, el supermercado está ‘cuadriculado’. En el suelo se han marcado con cinta negra los puntos sobre los que debe situarse el cliente para pedir ante el mostrador de carnicería, charcutería o pescadería. Nada de acercarse. En la calle cada vez hay más gente esperando, algunos con mascarilla, la mayoría con guantes.
De vuelta a la Plaza el panorama no ha cambiado mucho. La Guardia Civil sigue de ronda, ahora en conversación con algunos trabajadores del Ayuntamiento. Más de un metro de distancia separa a cada uno de ellos. Aunque las puertas de la Casa Consistorial están cerradas, la plantilla está operativa y muy pendiente de las necesidades que puedan surgir. Es más, se ha creado una ‘patrulla vecinal’ coordinada desde Alcaldía por si alguna persona necesita productos de alimentación, farmacia… y no puede salir de casa. La respuesta al ‘reclutamiento’ ha sido muy buena. Hay hasta lista de espera para ser voluntario.
Hago la última parada del día en la farmacia. Laura, Pedro y Charo están a piñón. Al resto de medidas, han instalado una pantalla en el mostrador que les aísla un poco más de los que van entrando. “Mascarillas no hay”, bromean resignados.
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