Del Viernes, 22 de Agosto de 2025 al Martes, 23 de Septiembre de 2025

Polémica sobre el monumento funerario de Alfonso VI en Sahagún
“Lamentablemente no son castillos. Son catedrales románicas”
Sus pies tienen babuchas, guiño a la cultura árabe
![[Img #21349]](http://sahagundigital.com/upload/images/08_2020/6721_catedral-de-lisboa2.jpg)
“Lamentablemente no son castillos. Son catedrales románicas”. El escultor leonés, Amancio González, autor del monumento funerario con el que la localidad de Sahagún ha querido rendir tributo al rey Alfonso VI, aclara, ante la polémica surgida, el porqué de los elementos elegidos y su simbología.
“Entiendo la crítica. Cuando haces una obra pública está claro que a una gente le gusta a y otra no; te has podido equivocar… pero se trata de una polémica ficticia y politizada”, manifiesta González. La controversia reside en la corona que luce el rey en el altorrelieve del mausoleo, decorada con castillos en alusión a ese reino, según han denunciado desde Comunidad Leonesa o UPL-Sahagún, hecho que niega el artista.
El autor sostiene que la idea principal en la que basó su proyecto era la de hacer un sepulcro “que fuese creíble, que pudiera mimetizarse con su entorno compitiendo cara a cara con el voluptuoso altar barroco que tiene a su espalda. Comencé mi trabajo con la búsqueda de aquellos objetos que hubieran sido de su pertenencia o, en todo caso, sustituirles por otros similares en el estilo predominante”.
Amancio González detalla, por ejemplo, el alfombrado de la escultura, “con 100 piedras cúbicas de Boñar labradas en el borde con ajedrezado jaqués, “ayudando al espectador a fijar en el tiempo el momento vivido por nuestro personaje y acotando su espacio, separándolo del resto, que está dedicado al culto religioso”.
En cuando a los sarcófagos, González explica que se reservó únicamente el ataúd de las reinas “por ser antiguo y con algunas letras grabadas en el exterior” y que el correspondiente al rey, se realizó “con dimensiones aproximadas”. “Para ambos ataúdes se les construyó unas bases del mismo material rematadas a ambos lados por la cabeza de un león, que ya en tiempos de Alfonso VI lucían en la fachada de San Isidoro; este símbolo es el primer guiño a la vida del monarca que, según cuentan las crónicas, hacía uso de esta construcción en sus labores de gobierno”.
Sobre el segundo sarcófago, el de las reinas, el autor aclara que, “ante la imposibilidad de hacer las cuatro, sobre la tapa realizamos una figura real femenina idealizada con corona y ropajes típicos de ataúdes románicos, siendo sus adornos los mismos que adornan de pórticos de iglesias y monasterios de la época. Sobre su vientre labré cuatro rosas, de esta manera se dice al espectador que en el sepulcro hay cuatro personas”.
Al analizar las tapas, el escultor explica que, el rey, sigue la estética y anatomía realista del de la reina, “salvo la idealización del rostro; nuestro personaje permanece con el ceño fruncido pareciendo estar más dormido que muerto; los ropajes son sencillos y los adornos con geometrías, al igual que el de la reina, salen de los pórticos de edificios románicos. Vestimos sus pies con babuchas, calzado común de los árabes con quien convivió y compartió amistades y enfrentamientos, este es el segundo guiño a la vida del rey”, aclara el autor.
En este conjunto funerario, el brazo izquierdo de Alfonso VI se extiende hasta la empuñadura de la espada, “propia del rey Alfonso VI y custodiada en el Museo del Prado. Su mano parece que la hubieran querido colocar abrazando la empuñadura de la espada, pero es un gesto inútil, ya que al tratarse de una mano muerta la mano se nos presenta como puesta forzosamente por encima de la empuñadura. En este punto aclarar que de mi invención es el relieve del escudo de León sobre la vaina de la espada. De igual manera, la mano derecha quiere seguir agarrando el cetro, pero únicamente descansa sobre él al tratarse de una mano muerta. El cetro, a excepción de unas piezas voladizas imposibles de realizar e innecesarias en su concepto, es copia del que se guarda en San Isidoro y que dicen le llegó a pertenecer”.
Respecto a la corona, causante de la polémica, el autor aclara que, en su búsqueda de objetos compatibles con el panteón, “encontré la de Sancho IV que, como bien se sabe, es 200 años posterior a la muerte de Alfonso VI, pero ello no quiere decir que no fuese construida mucho antes; es más: me llamó la atención la belleza y sencillez que aún conservaba, a medio camino entre el arte visigodo, con incrustaciones de piedra de colores, camafeos romanos, como dando a entender una manera de legitimar su poder ligándose con el del Imperio Romano y, por último, en la parte superior, muestra en relieve una repetida imagen de la fachada de una catedral románica, sin ninguna duda. No me importó la historia de este objeto, porque como he dicho mi intención era trasladar al espectador a un viaje en el tiempo. A fin de cuentas, siempre tendría más posibilidades que esta misma corona hubiese estado alguna vez en la cabeza del rey que si me hubiera inventado una. De todos modos, aunque no hubiera sido esta, bien hubiera podido ser otra similar”.
La simbología no que queda ahí y da el salto al propio espacio que enmarca el mausoleo. Lo explica el autor: “en el fondo, forrando una pared de ladrillo dibujamos sobre una plancha de hierro otra serie de símbolos, dos claustros románicos en sus extremidades, dos ángeles también románicos que custodia cada uno un sepulcro y copiados de la tapa del sarcófago de piedra de Alfonso Ansúrez, realizados en Sahagún y hoy en el Museo Arqueológico Nacional, este es el tercer guiño a la vida del rey al haber sido el padre de Alfonso Ansúrez amigo de la infancia de este. En el centro, y rematando la pared, el diseño de una sencilla cruz románica al haber figurado este elemento en las crónicas de la época en la composición de la tumba original. A falta de algún detalle más, esta es la explicación simbólica de los elementos escultóricos que figuran en el Panteón Real y el espíritu con el que se hizo que no es otro que acompañar los restos mortales de estas personas con elementos que fueron comunes a su tiempo para poder devolverles de alguna manera aquello que les fue expoliado” concluye el autor.
El autor ha querido agradecer públicamente la “absoluta libertad de creación” por parte de la corporación municipal que encargó el trabajo, así como a la actual. “Depositaron en mí una confianza que agradeceré siempre”, apostilla.
![[Img #21349]](http://sahagundigital.com/upload/images/08_2020/6721_catedral-de-lisboa2.jpg)
![[Img #21348]](http://sahagundigital.com/upload/images/08_2020/7045_catedral-de-lisboa.jpg)
“Lamentablemente no son castillos. Son catedrales románicas”. El escultor leonés, Amancio González, autor del monumento funerario con el que la localidad de Sahagún ha querido rendir tributo al rey Alfonso VI, aclara, ante la polémica surgida, el porqué de los elementos elegidos y su simbología.
“Entiendo la crítica. Cuando haces una obra pública está claro que a una gente le gusta a y otra no; te has podido equivocar… pero se trata de una polémica ficticia y politizada”, manifiesta González. La controversia reside en la corona que luce el rey en el altorrelieve del mausoleo, decorada con castillos en alusión a ese reino, según han denunciado desde Comunidad Leonesa o UPL-Sahagún, hecho que niega el artista.
El autor sostiene que la idea principal en la que basó su proyecto era la de hacer un sepulcro “que fuese creíble, que pudiera mimetizarse con su entorno compitiendo cara a cara con el voluptuoso altar barroco que tiene a su espalda. Comencé mi trabajo con la búsqueda de aquellos objetos que hubieran sido de su pertenencia o, en todo caso, sustituirles por otros similares en el estilo predominante”.
Amancio González detalla, por ejemplo, el alfombrado de la escultura, “con 100 piedras cúbicas de Boñar labradas en el borde con ajedrezado jaqués, “ayudando al espectador a fijar en el tiempo el momento vivido por nuestro personaje y acotando su espacio, separándolo del resto, que está dedicado al culto religioso”.
En cuando a los sarcófagos, González explica que se reservó únicamente el ataúd de las reinas “por ser antiguo y con algunas letras grabadas en el exterior” y que el correspondiente al rey, se realizó “con dimensiones aproximadas”. “Para ambos ataúdes se les construyó unas bases del mismo material rematadas a ambos lados por la cabeza de un león, que ya en tiempos de Alfonso VI lucían en la fachada de San Isidoro; este símbolo es el primer guiño a la vida del monarca que, según cuentan las crónicas, hacía uso de esta construcción en sus labores de gobierno”.
Sobre el segundo sarcófago, el de las reinas, el autor aclara que, “ante la imposibilidad de hacer las cuatro, sobre la tapa realizamos una figura real femenina idealizada con corona y ropajes típicos de ataúdes románicos, siendo sus adornos los mismos que adornan de pórticos de iglesias y monasterios de la época. Sobre su vientre labré cuatro rosas, de esta manera se dice al espectador que en el sepulcro hay cuatro personas”.
![[Img #21350]](http://sahagundigital.com/upload/images/08_2020/2982_dsc_4072.jpg)
Al analizar las tapas, el escultor explica que, el rey, sigue la estética y anatomía realista del de la reina, “salvo la idealización del rostro; nuestro personaje permanece con el ceño fruncido pareciendo estar más dormido que muerto; los ropajes son sencillos y los adornos con geometrías, al igual que el de la reina, salen de los pórticos de edificios románicos. Vestimos sus pies con babuchas, calzado común de los árabes con quien convivió y compartió amistades y enfrentamientos, este es el segundo guiño a la vida del rey”, aclara el autor.
En este conjunto funerario, el brazo izquierdo de Alfonso VI se extiende hasta la empuñadura de la espada, “propia del rey Alfonso VI y custodiada en el Museo del Prado. Su mano parece que la hubieran querido colocar abrazando la empuñadura de la espada, pero es un gesto inútil, ya que al tratarse de una mano muerta la mano se nos presenta como puesta forzosamente por encima de la empuñadura. En este punto aclarar que de mi invención es el relieve del escudo de León sobre la vaina de la espada. De igual manera, la mano derecha quiere seguir agarrando el cetro, pero únicamente descansa sobre él al tratarse de una mano muerta. El cetro, a excepción de unas piezas voladizas imposibles de realizar e innecesarias en su concepto, es copia del que se guarda en San Isidoro y que dicen le llegó a pertenecer”.
Respecto a la corona, causante de la polémica, el autor aclara que, en su búsqueda de objetos compatibles con el panteón, “encontré la de Sancho IV que, como bien se sabe, es 200 años posterior a la muerte de Alfonso VI, pero ello no quiere decir que no fuese construida mucho antes; es más: me llamó la atención la belleza y sencillez que aún conservaba, a medio camino entre el arte visigodo, con incrustaciones de piedra de colores, camafeos romanos, como dando a entender una manera de legitimar su poder ligándose con el del Imperio Romano y, por último, en la parte superior, muestra en relieve una repetida imagen de la fachada de una catedral románica, sin ninguna duda. No me importó la historia de este objeto, porque como he dicho mi intención era trasladar al espectador a un viaje en el tiempo. A fin de cuentas, siempre tendría más posibilidades que esta misma corona hubiese estado alguna vez en la cabeza del rey que si me hubiera inventado una. De todos modos, aunque no hubiera sido esta, bien hubiera podido ser otra similar”.
La simbología no que queda ahí y da el salto al propio espacio que enmarca el mausoleo. Lo explica el autor: “en el fondo, forrando una pared de ladrillo dibujamos sobre una plancha de hierro otra serie de símbolos, dos claustros románicos en sus extremidades, dos ángeles también románicos que custodia cada uno un sepulcro y copiados de la tapa del sarcófago de piedra de Alfonso Ansúrez, realizados en Sahagún y hoy en el Museo Arqueológico Nacional, este es el tercer guiño a la vida del rey al haber sido el padre de Alfonso Ansúrez amigo de la infancia de este. En el centro, y rematando la pared, el diseño de una sencilla cruz románica al haber figurado este elemento en las crónicas de la época en la composición de la tumba original. A falta de algún detalle más, esta es la explicación simbólica de los elementos escultóricos que figuran en el Panteón Real y el espíritu con el que se hizo que no es otro que acompañar los restos mortales de estas personas con elementos que fueron comunes a su tiempo para poder devolverles de alguna manera aquello que les fue expoliado” concluye el autor.
El autor ha querido agradecer públicamente la “absoluta libertad de creación” por parte de la corporación municipal que encargó el trabajo, así como a la actual. “Depositaron en mí una confianza que agradeceré siempre”, apostilla.
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